Las redes
sociales y en particular aquellas de expansión masiva, tienen el potencial de
difusión nunca antes registrado al contacto de pasadas proles en la historia;
el alcance y velocidad de transmisión de una idea, noticia -verdad o mentira-,
es sin lugar a dudas factor decisivo para la posición de las poblaciones frente al dato que les llega. Esto como efecto de la incidencia inmediata
que tiene la tecnología y los mecanismos computacionales en el funcionamiento
colectivo de las comunidades. La
discusión sobre qué es lo que hay que permitir observar-escuchar-palpar, y qué
es lo que no, ésta vaciada de todo pragmatismo; son tan abundantes los portales
y puertas virtuales por los que va a llegar, quiérase o no, dicha información,
que termina siendo imperceptible. Unido
a esto, los principios progresivos acerca del ejercicio de la libertad:
imagínense lo que sucedería si a alguien se le ocurriese proclamarse como -tamiz
moral- de los servicios que fluyen en la nube de interconexión mundial. Simple y llanamente estaríamos ante un desvarío
del poder en la regulación de derechos (excepción a esta premisa la constituye
el necesario control de madres y padres de hogar). Esto no significa que tal decisión no se
torne necesaria a nivel de los micro procesos, como la revisión de qué es lo
que ven lxs niñxs y adolescentes en casa, o qué páginas son contundentemente
nocivas a las mínimas cargas éticas que debemos ostentar, pero, a lo que me
refiero con la imposibilidad de filtrar es a que en situación de sociedad;
nadie, absolutamente nadie, puede asumirse como centro moralista de definición
de lo bueno y malo. Por ello considero
que el esfuerzo fundamental para este problema de transferencia infranqueable
de datos, más o menos influyentes, es la fomentación radical y contundente de
otra base educativa en todos los sentidos, del urgente fortín crítico de
discernimiento sembrado en lxs sujetos a través de todas las instituciones
posibles. La familia principalmente,
˂˂único filtro de autoridad íntima y directa como ya lo mencioné˃˃; la escuela
desde la infancia hasta las universidades, deben convertirse en lugares de
libre pensamiento, argumentación y potenciación de los acervos formativos de
las jóvenes generaciones, para que sea el debate interior reflexivo de cada
ente lo que delimite aquellos contenidos informativos a ser rechazados o a su
vez demandados. Cuando eso suceda de
manera común, en términos culturales alrededor de la idiosincrasia, tendremos
saltos cualitativos de tipo éticos que permitan evaluar a nuestra localidad,
país o región como transformada o evolucionada en el plano de su opinión
pública, sus necesidades de consumo informativo y su capacidad de
diferenciación-evaluación respecto de: lo que lee, escucha, mira, en fin,
desecha o acepta. Sin auto-control
personal y auto-determinación comunitaria jamás habrá institución jurídica o
axiológica, que logre normativizar el equilibrio del sistema humano agrupado.
Aquiles
Hervas Parra
29 de
agosto de 2015.
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