Después de estos años de gobierno, se pueden realizar
varios tipos de balances: político-ideológicos, económicos, históricos y hasta
psicológico-emocionales, sobre la denominada revolución ciudadana que ha levantado
el movimiento alianza país y su indiscutible referente Rafael Correa. Cada persona, organización social, colectivo,
partido, grupo económico, países o regiones, tendrán su evaluación a la gestión
y plan llevado desde el Ejecutivo, todxs según sus intereses, formas de pensar
o criterios construidos en forma libre y espontánea. Yo presento la mía, como un joven
independiente, sin asumir la arbitraria etiqueta de representar a nadie más que
a mi reflexión mientras esbozo estas letras:
La revolución está aún alejada de la concepción
profunda de su palabra, tanto por la ausencia notable de sujetos que asuman tal
condición de revolucionarios, como por la desconexión entre lo que su contexto
histórico significa y las acciones puestas a la balanza que día a día
observamos en la actuación pública. Es
indiscutible que estos años (más los primeros que los actuales), han
significado un novedoso programa que ha puesto en la agenda temas sociales
olvidados hace mucho tiempo, pero, es mayormente innegable que subsisten en el
seno de las instituciones públicas múltiples intereses egoístas, corruptos y asediados
por la presencia del modelo neoliberal que discursivamente se dice combatir.
Sin lugar a dudas esto tiene que ver con una
discusión de tipo ideológica; aterriza en mirar con indignación cómo las
agendas de los ministerios que comprenden los recursos y la riqueza del país están
administradas por emisarios de grupos económicos que silenciosa y sigilosamente
conviven con los burós políticos de la –revolución ciudadana-, me refiero
también a cómo se voltea en reiteradas ocasiones el discurso oficial de las
canciones che guevaristas a los postulados del sostenimiento de los objetivos
privados industriales. Es irritante
mirar por un lado la polarización léxica contra grupos económicos que
administran una parte de las rentas nacionales y por otro lado se socapa a
otros grupos y sectores comerciantes mediocres y holgazanes que han tenido a la
historia de la patria como una nación exportadora de materias primas e
importadoras de bienes y servicios de consumo, modelo que los ha mantenido en
cómodo y seguro enriquecimiento, pero al resto, las mayorías sociales de la
patria, lo ha sumido en la pobreza, explotación y desigual distribución.
Sin embargo dadas las actuales condiciones, ni
siquiera se trata ya de un dilema ideológico, debemos remitir antes y primero
el debate a una base fundante de cualquier hecho orientador del accionar, el de
los principios. Estamos viviendo la
vigencia de un modelo en crisis en sus conceptos y en su guía axiológica, la
revolución no es posible si se construye en las bases de la corrupción, miro
con horror y a la vez pena cómo se disfrazan de “revolucionarios” un séquito de
aspirantes a burgueses que miran en esta etapa nada más que su oportunidad de ordeñar
hasta el fondo sanguíneo a la sencilla vaca que representa nuestro país. Abusados sedientos de dinero que mediante la
pasajera administración del poder público están ansiosos por exprimir cada instante
de la política. Esa base deteriorada sin
norte ético, peor ideológico, son la mayor debilidad del proyecto, y, a fin de
cuentas serán el motivo del colapso del mismo. Existen contadas excepciones en
las voluntades de algunas personas del régimen que mantienen sanas intenciones,
a ustedes también me referiré con respeto pero sinceridad: qué vergüenza tanto
silencio estratégico y al final cobarde, ante el evidente ascenso de la agenda
neoliberal: o pelean sin miedo y de frente o renuncian, pero dejen de jugar al/la
izquierdista que espera circunstancias favorables para retomar la agenda
transgresiva del modelo.
Entonces señor Presidente, consciente de su
inteligencia y amplia capacidad de reflexión, estoy seguro de que está claro
este escenario a la luz de su juicio, yo ya no le creo completamente cuando me
habla de revolución, más bien siento que cada día se hace más el despistado con
la creciente ola de representantes del pasado político de nuestro país -al que
en teoría combate-, que marchan en las filas de su gobierno. Nefastos representantes de las peores crisis
de nuestra memoria tanto de las dos décadas anteriores como de la mitad de
siglo que pasó, y que a diario toman fuerza en las instancias del proyecto
político de la revolución ciudadana. Y por
ello, mientras eso siga igual, con sencillez y consciente de que mi voz no es
sino la de un humilde joven de la patria, me permito confiscarle los gloriosos
y memorables términos de –revolución- y –ciudadana- de la usurpación simbólica
a los cuales se los ha remitido, y dejarlos en suspensa utilización mientras no
se evidencien prácticas y hechos que rindan homenaje a sus discursos. Por el respeto a la memoria de Eloy Alfaro, Tránsito
Amaguaña, Dolores Cacuango y miles de miles de caídos en lucha por la batalla
para construir un país justo y digno, hoy mi pluma en sus letras asienta coherencia
con sus memorias.
Aquiles Hervas Parra
24 de mayo de 2015
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