domingo, 16 de agosto de 2015

LA CORRUPCIÓN



Cuando fui adolescente -menos de una década atrás-, las acciones de copias en los exámenes o trabajos eran un ejercicio clandestino y escondido, quienes lo practicaban sentían vergüenza al momento de mal obrar una evaluación, ya que una espontánea reacción del entorno actuaba a modo de sanción social.  Esta extraña y acelerada década, entre otros aspectos, observa estupefacta como algunos procesos se orientan anti-dialécticamente hacia la involución social o llamada con más propiedad degeneración ética; estamos naturalizando la corrupción cual si se tratara de algo normal (natural), rápidamente perdemos nuestra capacidad de escándalo frente a la misma y, por tanto, de reacción hacia a sus múltiples manifestaciones.  Algunos sentencian “así fue, es y será” refiriéndose a concursos públicos, abusos de las entidades o los distintos delitos de la administración y con tal sentencia difuminan la línea del discernimiento entre lo correcto e incorrecto.  Las nuevas generaciones crecemos mirando tal naturalización y se pone en marcha un efecto sucesivo de aceptación social que denota una crisis más grave que la económica o ambiental, la crisis de los principios. El escritor británico Lewis Theobald mientras editaba una de las obras de Shakespeare definió a la corrupción como “la utilización ilegal de los oficios públicos para el beneficio personal”, he preferido empezar este escrito con un ejemplo cotidiano antes que estructural o político ya que considero que, si no asumimos una postura conscientemente radical contra la corrupción, ésta seguirá pariendo políticos sin rumbo ético, arrastrándonos a una posible cleptocracia, destrucción irreversible de la democracia.

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