Estamos viviendo un momento de la
historia marcado profundamente por la polarización estructurada alrededor del poder:
sí emites una opinión crítica ante el régimen actual te tildan de opositor
recalcitrante, parte del pasado y juego de la derecha, sí emites un
reconocimiento a algún acierto eres un lacayo subordinado a los intereses del
gobierno. Hasta cuándo maduraremos
suficientemente el razonamiento cultural del equilibrio y la postura sensata. Quien escribe este artículo se reconoce como
antigobiernista por la hipocresía y diatriba con la que el Presidente actual
maneja el discurso ante sus seguidores y por las sucesivas traiciones a la agenda
anti neoliberal ofrecida en su momento además de la prepotencia y narcisismo
extremo de su personalidad, pero, eso no significa que no reconozca en estos
años avances que teniendo su raíz y epicentro en los procesos y luchas
populares llevadas a cabo décadas atrás, se consolidaron con la vigente
administración, un ejemplo fundamental de ello la Constitución de la República. Es por eso que antes que cualquier
apasionamiento político de intereses alrededor del poder se encuentra -o
debería encontrar- la mínima base ética
y la cultura; sino evolucionamos de manera radical en esos aspectos, pocas o
nulas esperanzas quedan en el futuro. Este
argumento de ninguna manera procura decir que nos asumamos como neutrales, si
no tenemos posición política nos mostramos como farsantes revestidos de
retórica, Platón decía “el precio de desentenderse de la política es ser
gobernados por los peores hombres”, la invitación es a asumir nuestra
colocación política pasándola primero por el filtro del justo juicio, el
equilibrio, la ecuanimidad y la búsqueda de la verdad es decir de la ética,
solamente en esa consigna pueden surgir
nuevas generaciones de ciudadanxs y políticxs que antes de asumirse como tal,
tengan asentados sus principios en una balanza interior que nos permita mirar
hondo a la libertad, igualdad y justicia.
Aquiles Hervas Parra
22 de agosto de 2015.
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