domingo, 30 de octubre de 2016

LA HOJA SECA



Y la soledad pretende convertirse en referente, trescientas veces el segundero golpeó al tiempo enfrentando la inundación de nostalgia que rodeó el instante, ella sutilmente erigida frente a su espejo se consultaba en constantes y reiterados agujazos de memoria.  Él, cobarde e impasible, no salía del hueco al cual sus aventuradas decisiones lo habían llevado. ¿Por qué habríamos de dedicarle tantas palabras a la obscuridad? Si jamás creímos en ella, jamás creímos siquiera en la existencia de luces únicas.  Ese foco débil, amilanado -ante tanto y tan amplio espacio- no lograba mostrar sus rostros; eran una y otra vez los alegres tormentos de sus recuerdos los que estampaban en sus frías caras la incertidumbre del futuro.  La esperanza necesita más palabras, la alegría requiere que la describan, las sonrisas demandan preludios.  Entonces la hoja seca se resiste a caer, la raíz que a fin de cuentas es quien escribe la historia ordena a las ramas revivir el flujo de vida.  Puede decidir entregarse a la libertad, esa hoja infame que no mira otro destino sino el de su desesperación, no se suelta, ni se desploma; seca y se seca, aferrada a la noción de aquellos días celestes, sostiene un hilo de anhelos e irradia confianza.  Allí justo en el marrón triste de esa hoja seca, se implanta la prospectiva de una relativa felicidad, no te sueltes hoja seca -no te sueltes nunca- que el piso no es sentido, ni la gravedad dirección, que el viento sin aromas no lleva a la certidumbre y el día sin sonidos (jamás ruidos) parece noche.  Te volveré papel, y mi inspiración lápiz, te arrasaré la superficie con rebeldes y radiantes letras, lloverás riendo, te haré el amor con la mano, y vale aclararte que será, con la mano izquierda. 

Aquiles Hervas Parra
30 de octubre de 2016.

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