Y la soledad pretende convertirse
en referente, trescientas veces el segundero golpeó al tiempo enfrentando la
inundación de nostalgia que rodeó el instante, ella sutilmente erigida frente a
su espejo se consultaba en constantes y reiterados agujazos de memoria. Él, cobarde e impasible, no salía del hueco al
cual sus aventuradas decisiones lo habían llevado. ¿Por qué habríamos de
dedicarle tantas palabras a la obscuridad? Si jamás creímos en ella, jamás
creímos siquiera en la existencia de luces únicas. Ese foco débil, amilanado -ante tanto y tan
amplio espacio- no lograba mostrar sus rostros; eran una y otra vez los alegres
tormentos de sus recuerdos los que estampaban en sus frías caras la incertidumbre
del futuro. La esperanza necesita más
palabras, la alegría requiere que la describan, las sonrisas demandan preludios. Entonces la hoja seca se resiste a caer, la
raíz que a fin de cuentas es quien escribe la historia ordena a las ramas
revivir el flujo de vida. Puede decidir
entregarse a la libertad, esa hoja infame que no mira otro destino sino el de
su desesperación, no se suelta, ni se desploma; seca y se seca, aferrada a la
noción de aquellos días celestes, sostiene un hilo de anhelos e irradia
confianza. Allí justo en el marrón triste
de esa hoja seca, se implanta la prospectiva de una relativa felicidad, no te
sueltes hoja seca -no te sueltes nunca- que el piso no es sentido, ni la
gravedad dirección, que el viento sin aromas no lleva a la certidumbre y el día
sin sonidos (jamás ruidos) parece noche.
Te volveré papel, y mi inspiración lápiz, te arrasaré la superficie con
rebeldes y radiantes letras, lloverás riendo, te haré el amor con la mano, y
vale aclararte que será, con la mano izquierda.
Aquiles Hervas Parra
30 de octubre de 2016.
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