La
democracia representativa moderno-occidental está en crisis, no escogemos la
mejor opción sino castigamos a quién está en el poder o a quién no queremos que
llegue al mismo, esta afirmación de ninguna manera justifica a la corrupta
elite política que gobierna nuestras naciones en el mundo, más bien procura
realizar un acercamiento radiográfico al problema de la delegación del mandato
que efectuamos periódicamente con las elecciones. Cada cierto tiempo el pueblo, entendido en su
más amplio espectro, tiene la oportunidad de efectuar el acto de transmisión de
su voluntad individual y colectiva hacia sujetos que reciben delegación de
poder en virtud de sus propuestas para la administración de las instituciones
(estados, provincias, localidades), sin embargo algo sucede con este proceso democrático
fundado en la Ilustración que, por un lado no existen programas de proposición
y cuando los hay éstos no son los que evalúan y analizan los votantes. Con honrosas excepciones el grueso tendencial
de la población se concentra en el ejercicio de un voto moralista y juzgador,
cosa que no es del todo negativa, pero que al no estar acompañada de la búsqueda
de la mejor opción termina por ser un acto exclusivamente sancionador, votamos
contra alguien y no por alguien en quien confiamos, es decir pensamos mucho más
por quien no votar que por quien hacerlo.
Es por ello que la segunda opción se convierte en nuestra solución
práctica y fácil para concretar nuestro ejercicio de escarmiento ¿Legítimo? Por
supuesto, pero finalmente insano para la democracia entendida en su sentido de
construcción de poder popular, ya que en un período después reiteramos este
ciclo y a quien habíamos electo con ese motivo de eliminación del anterior se
convierte en el nuevo problema y así sucesivamente vamos eligiendo candidatos
de los cuales poco o nada sabemos con el fin de ajusticiar a los que están en
el poder. El momento en que optamos por
esta cómoda manera de votación debilitamos el tejido social, permitimos tanto a
quienes están en las instituciones como quienes pretenden sustituirlos
degeneren acelerada y progresivamente la cultura política; la demanda de los
votantes se traslada a una especie de talk show mediático de campañas obscuras
y por tanto la oferta de los partidos y movimientos así como de sus candidatos
se convierte en el desnudamiento de defectos personales entre unos y otros, el lanzamiento
de lodo, injurias, calumnias o sobredimensionamientos de elementos que resultan
espurios para las necesidades del país, los proyectos quedan para un décimo
plano y la discusión política se transforma en el mutuo ataque ping-pong de
basuras. Esta base trastoca las
estructuras y aviva la ebullición de sistemas sociales desprovistos de calidad
democrática que deterioran a las comunidades, naturalizan la corrupción y
prolongan las extremas desigualdades e injusticias. Noam Chomsky dice “Si no
desarrollas una cultura democrática constante y viva, capaz de implicar a los
candidatos, ellos no van a hacer las cosas por las que los votaste. Apretar un
botón (hacer una raya) y luego marcharse a casita no va a cambiar las cosas”.
Para reflexionar en casa, barrio y comunidad.
Aquiles
Hervas Parra
13
de octubre de 2016
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