El continente americano retumbó
esta semana con la convocatoria al -Paro Mundial de Mujeres- frente al terrible
problema de la violencia de género actual; los números son claros, una mujer
muere cada día, otra es violada cada treinta minutos, entre muchos otros
cientos de indicadores objetivos de la situación. Posiblemente los números fríos no reflejan lo
que las historias de asesinatos, flagelación, empalamiento, descuartizado,
violación colectiva y en general la sucesión de dolorosos hechos cotidiano que tienen
como elemento común y repetido al mismo sujeto, la mujer. No significa que los hombres no morimos, pero
nuestro énfasis está dirigido hacia otros motivos tendenciales, que no obedecen
al género que tenemos. En general y por propensión
la mujer muere por ser mujer, quien no comprenda ello carece de sensibilidad o
de percepción de la realidad, toda forma de posición que tome el juicio y no el
encuentro con la realidad-vida tiende a convertirse en un prejuicio. Digo esto porque una vez convocada la gran
jornada feminista en la región latinoamericana con sendas marchas en varios
países no han faltado las voces reaccionarias de hombres (y lastimosamente con
eco de algunas mujeres también) que acusan al feminismo de reproducir el
machismo inverso, es decir lo ponen como errónea equivalencia, sea esto por
falta de información sobre qué es el feminismo en términos históricos o por
conveniencia para no perder los privilegios de la sociedad patriarcal esta
posición es una amenaza a los avances sociales que como humanidad debemos tener
ante la violencia. Con esta posición
tampoco deseo purificar a la mujer en tanto tal y justificar el accionar de todas
las formas de feminismo, también existen minúsculos grupos que no representan a
la corriente histórica y que han elevado una equivocada lectura binaria de la
realidad, cual si esta bronca fuera entre hombres y mujeres; el hombre no es
macho en cuanto hombre, se construye socialmente como tal bajo el esquema cultural
de una sociedad patriarcal, por lo tanto su falo no carga la culpa biológica
por la cual de forma natural debería ser mirado como amenaza, eso sí, ese falo
nos adjudica casi de inmediato (niñez, juventud, en adelante) notorias
libertades propias de estas sociedades que han subyugado a la mujer, pero no
legitiman la sanción inmediata o la desconfianza. Ser hombre feminista es más fácil, por
supuesto, pero terrible error histórico el de cerrar las filas y declarar
amenazas naturales, todo sistema de poder ha buscado la división de los sujetos
subalternos para la prolongación de sus formas de dominación, excluyendo
estamos aportando al sistema más que logrando la lucha buscada. Los hombres que sin ningún miedo ni vergüenza
nos asumimos como feministas tenemos la obligación inmediata de cuestionar
nuestra posición de privilegios y los actos que a diario ejercemos en las
relaciones con el género; las mujeres que asumen la lucha de género deben
responder con contundencia ante toda forma de hembrismo y defender con la misma
convicción a todo sujeto que se encuentre en situación de violencia. Ponerse,
en el campo de lo posible, la piel de la mujer no es sencillo, ponerse en los
zapatos de quien vive atacado por racismo, neocolonialismo, explotación laboral
y cualquier forma de violencia, material/simbólica, es un reto de extrema
sensibilidad, sin embargo mientras vamos desatando tan complejos nudos, asumir
y tener posición frente a cada una de estas formas de opresión es lo mínimo,
reivindicarse como parte de la solución implica el compromiso ético-político de
cada uno de nosotros tanto en cuanto sujetos y colectividad. No queremos que una sola mujer más muera o se
sienta insegura en las hostiles calles, queremos ser libres y respirar alegría
en un mundo donde quepamos todas y todos indistintamente de nuestras
diferencias.
Aquiles Hervas Parra
20 de
octubre de 2016.
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