No puedo dejar de iniciar este
texto con la aceptación de que un año más durante dos fechas celebratorias para
la ciudad de Riobamba más de dos decenas de toros han languidecido en manos de
sádicos a los que se llama de forma impropia artistas, pese a que de creación o
reproducción de las emociones y sensibilidad de la vida no tiene nada, tal como
sentenciaría el pintor y escultor de mediados del siglo XX Wolf Vostell “arte
es vida, vida es arte”. Más aún y a
pesar de que la prolongación durante este año de la corrida taurina puede oler
a derrota, con cabeza fría y objetividad histórica la realidad es otra. Agoniza de forma acelerada la tradición de
cada vez menos creyentes de la cultura de la muerte; éstos, en afán desesperado
apelan a abstractos discursos de la libertad y derechos ajenos a la comprensión
social de la convivencia en una matriz de vida común donde la violencia afecta
a quienes aunque sin asistir observan como normalizada la muerte por
placer. Si existe una forma de evolución
es la de la bondad y sensibilidad, tales inclementes no poseen estas virtudes y
se han quedado anacrónicos en el tiempo, rezagados en términos éticos y con la
intención egoísta de amarrar a su localidad con ellos, Riobamba de hecho en
este siglo ha experimentado profundos atascos comparados con otras localidades
justamente por mantener una inútil nostalgia de pocos individuos a un pasado en
creces trascendido, el de tradiciones sin sustento ni fundamento racional o
sensato, no me refiero tampoco con esto al falso discurso de la modernización,
ni mucho menos del progreso, se trata más bien de la suspensión en el tiempo
con retazos de prácticas frenadoras de otra forma de ver la vida, se trata de
una posición axiológica de amplio espectro.
En este sentido aquí vale desmontar una falsa idea, no son los
abolicionistas el enemigo real de los taurinos, los activistas defensores de
los animales y sobre todo los más coherentes con la no violencia mantienen su
foco concentrado en la salvaguardia del animal, el antagonista por excelencia
del taurino es y será su propia prole, salvo escasas y lamentables excepciones
la siguiente generación no se ha adherido a la costumbre incongruente de sus
padres, los debates más álgidos y donde no hay paso a la arrogancia de los crueles
espectadores del dolor con posiciones cerradas se celebran en casa, a sus hijos
quieran o no les deben tolerar sus sanas posturas de sensibilidad con la vida
animal, con la noción evidente de derechos para todos los seres vivos. Por estos motivos es que preocupa tanto que
el obcecado intendente de policía de la provincia haya otorgado permiso para la
asistencia de menores de edad al denominado show de recortadores con la argucia
legal de que en éste “no se provoca maltrato animal”, soberana ignorancia del
Derecho y el entendimiento razonado de la ciencia social contemporánea respecto
de la violencia, imaginamos que la autoridad asocia maltrato con contacto físico,
si es esa la razón del permiso increpamos al funcionario a leer vasta
documentación sobre todas las formas de violencia y maltrato existentes. Los padres taurinos procuran influir en los
niños cuando éstos aún no disponen de capacidad para tomar decisiones, vil acto
de abuso de la confianza de sus criaturas, sembrar en sus etapas tempranas y
formativas gustos ante los cuales no poseen la libertad de pensar por sí mismos
esa si es una verdadera coacción a la libertad y no la abstracción a la que
recurrentemente apelan, so pesar de ello seguros estamos de que con el contexto
de rechazo a estas prácticas a nivel mundial la mayoría contundente de jóvenes
después con consciencia se desalinearán. Esta mala guía nos recuerda a los siglos XVI y
mediados del XVII cuando el hombre golpeaba a la madre en presencia de sus
hijos como enseñanza del ejercicio de autoridad, patriarcal y enferma por
supuesto, pero normalizada en aquella época, ahora semejante barbaridad nos
resultaría inconcebible y contraria al sentido común de cualquiera salvo
inestables excepciones. Estos errores garrafales
de las autoridades podrán demorar esta transición ética de la ciudad pero
sépase estimados lectores que es inminente, las corridas de toros viven
inevitable agonía, nos duele en el alma que la última estocada a la tradición
implicará el sacrificio de algunas vidas ovinas más, empero como todo en la
historia, de la sangre de los caídos surgirá el abono para la vida del futuro.
Aquiles Hervas Parra
12 de noviembre de 2016
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