Iniciamos las Eliminatorias con cuatro triunfos sucesivos de la
selección, sin embargo ésta no es una novedad en la historia del fútbol
reciente en Ecuador. Desde el año 1998
los arranques han tenido, en promedio, puntajes elevados y posiciones de
competitividad en la tabla: 1998 (9 puntos), 2002 (10 puntos), 2006 (10
puntos), 2010 (8 puntos), 2014 (12 puntos) y 2016 (13 puntos), de los cuales
clasificamos a tres mundiales y de estos tan sólo en Alemania 2006 pasamos a
octavos de final en la cual un soberbio zapatazo de tiro libre del inglés David
Beckham en el minuto 60 culminaría con nuestras aspiraciones. Por otro lado el marchista cuencano Andrés
Chocho después de más de una década de entrenamiento profesional es
descalificado por errores técnicos en tres ocasiones entre las Olimpiadas de
Londres 2012 y Río 2016, en esta última
habiéndose encontrado hasta el kilómetro 33 (de 50) entre los ocho primeros
lugares. Nace la incógnita ¿Por qué
logramos empezar bien pero no dar el siguiente paso? No se puede negar que todo proceso implica
etapas, y éstas a su vez demandan tiempos recurrentes a ciclos, la necesidad de
mayor financiamiento al deporte desde el Estado también juega un rol que no debemos
obviar, empero estas cuestiones, es indiscutible que a pesar de los procesos
hay un elemento que juega en nuestra contra una y otra vez: no somos capaces de
sostener mentalmente una victoria, más aún cuando el ciclo de presión de una
contienda se intensifica o los rivales son supuestamente superiores. Claro, ésta no es culpa endosable a los
deportistas; como sociedad ecuatoriana y latinoamericana padecemos del doloroso
mal sembrado a raíz de una reciente historia (500 años) de sometimiento, explotación
y destrucción de la autoestima social, herencia colonial-cultural para ser más
precisos. Nos plantaron de forma
avasallante la idea de inferioridad y esta ficción aflora en múltiples
circunstancias, entre ellas la deportiva.
Afortunadamente como toda mala hierba, ésta puede ser arrancada. Era apenas un niño cuando miré en televisión
nacional los ojos de Jéfferson Pérez en trasfondo de la bandera tricolor,
primera medalla olímpica para Sudamérica en los Juegos de Atlanta de 1996; o
poco después la ocasión en la que estalló el Atahualpa con el golazo marcado ante
Uruguay por la gloriosa selección de Aguinaga, Delgado, De la Cruz, Hurtado,
Méndez, entre otros, evocando al unísono con el fragor rozado de una sacudida
red el famoso y hasta hoy coreado -Si se puede-. Qué tenían en común los ojos de estos
guerreros inauguradores de un ciclo nuevo para el deporte de la patria: todos
de origen popular, todos venidos de contextos improbables de triunfar, todos
caminantes de “abajo” pero con el brillo de sus miradas emocionadas que
transmitían la convicción de creer firmemente en sí mismos y por lo tanto creer
en su pueblo. Erigieron el sencillo manto
de victoria con la mano apretada de la confianza, desplantaron la mala hierba
de la inseguridad y cimentaron en su autoestima, la digna altura de ojos altivos
llevando sus cuerpos y equipos a ese mismo estado. Dejaron de pensar en el adversario para
derrotarse a sí mismos y alejarse con modestia y respeto del contrincante que
suspirante se quedaba atrás, cuestión que en el deporte además no existe. Si esa firme idea sembrásemos en las actuales
y nuevas generaciones, el lamento de extraordinarios inicios sin finales
felices fuese superado, naciendo así otra posible historia de deporte, fútbol y
realidad social ecuatoriana repleta de humildes victorias.
Aquiles Hervas Parra
2 de septiembre de 2016.
y cual es la cura amigo......gran block sigue asi Kilinsituuuu
ResponderEliminarApenas veo Marquito. La única solución es reforzar nuestra autoestima socia, creer en nosotros como comunidad, sin ese paso es difícil dar los muchos otros que proceden.
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