Para mantener el orden del sistema, quienes lo administran o se
benefician de éste, no solamente dominan a los subalternos que están fuera del
modelo, sino que deben mantener el control ideológico sobre quiénes se
encuentran dentro (a pesar de que esa inclusión es ficticia). Tomemos como ejemplo el paradigma más
contemporáneo -el desarrollo-; para que se mantenga como tal, además de
explotar desproporcionadamente a los otros, sea por mano de obra desvalorizada
en países “subdesarrollados” y periféricos, o por los recursos de la naturaleza
en los territorios que habitan, los apropiadores reales de la ganancia/capital necesitan
que los países donde se asientan los beneficios del flujo de acumulación tengan
un criterio compartido de encontrarse en el espacio correcto, defiendan su prototipo
ideal y para eso se usa la estrategia del miedo. Se elabora y nutre de forma permanente la
idea imaginaria de los otros, estos tienen que ser vistos como subdesarrollados,
reflejo de lo terrible: desagradables, inferiores y sobre todo peligrosos,
tanto así como para que los integrantes de ese “desarrollo” no solo defiendan esta
concepción por sus comodidades adquiridas, sino por la severa turbación que les
provoca el supuesto de ser o vivir como
les dijeron que son o viven los otros.
Claro, para que esto no suene a teoría conspirativa en la que un grupo
secreto y omnipresente ha encontrado la manera de organizar todo el sistema, es
importante agregar que la tarea, consciente o inconsciente, de conformar ese
discurso social la han asumido varios sujetos y grupos que se adaptaron a
alguna parte beneficiaria del circuito, aunque sea por patrocinios limosneros:
grupos políticos, medios de comunicación hegemónicos, buena parte de
intelectuales y académicos, sobre todo la educación, privada o pública, entre
varios actores, han sido quienes alimentan esa idea de ficción sobre el
subdesarrollo que sostiene en pie el avasallante modelo actual.
Aquiles Hervas Parra
10 de septiembre de 2016.
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