domingo, 22 de mayo de 2016

LA MISERIA DE LOS DIOSES SILENCIADORES




Los dioses estaban histéricos, ese infame grupo osaba construir un destino ¡Pretendemos cambiar el mundo! decían, atribuyéndose así un rol que no les pertenecía según el consejo divino, allí residía la ofensa a los dioses, éstos en inmediata reacción procedieron a sancionar a los audaces.  Su condena: quitarles la palabra hablada y embravecer los caudales del río, estremecieron su cauce a tal punto que atravesarlo sería tarea imposible.  Amaneció, despertaron al desayuno y justo en el momento en que uno de ellos calentaba tostada se percató que nadie lo escuchaba, no sonaba, no existía. Igual suerte corrió otra de ellas, moviendo sus mandíbulas abría y cerraba las cuerdas vocales más sin éxito la afonía se tomaba el espacio, un horroroso espasmo se apoderó del lugar, no podían dialogar, desesperado movían mudos las bocas.  Pasaron los días, algunos cayeron en desesperación y la muerte fue su único camino, el resto serenaron ansiedades en busca de solución.  En el lúgubre silencio del tiempo recordaron, apelando a la sabiduría de la memoria, una vieja enseñanza -cuando la incertidumbre se tome tu vida regresa alado tu mirada-, eso hicieron en un saltado gesto y de la manera en que las alas de ave chocan en el vuelo sus ojos se encontraron, explotaron de futuro sus pupilas, estalló su capacidad creativa, nada explicaba su mutis sin embargo eso ya no les importó, pusieron manos a la obra y emprendieron a los hechos.  Del viejo cajón guardado en sus pechos sacaron remembranzas de alegres conversaciones en las que el mundo no podría, no sería el mismo si se empeñaban en redibujarlo ¿Por qué no? Dijo uno de ellos escribiéndolo con sus ojos inmensos ante la desaforada voluntad de los presentes, todos sin escucharlo lo habían entendido.  Durante el siguiente amanecer, mientras la transparente gota de ligeras lluvias nocturnas resbalaba por un durazno, los locos y ahora incomprendidos abrieron de otra manera sus párpados.  Sin el empeño de una sola palabra irrumpieron su realidad con pequeñas transformaciones que años atrás habían venido soñando.  Aunque un ligero gajo de nostalgia les cubría la consciencia, unos y otros hacían lo que les correspondía, amaban sus acciones, gozaban sus actos, soñaban con las manos.  Los dioses carcajeaban, consiguieron aislar a los aventureros, y una vez atenuada la amenaza prosiguieron con sus míticos placeres.   No sabemos cuánto tiempo pasó, llegó otra de esas sorpresivas mañanas a las cuales nos estamos acostumbrando, la gota del rocío ahora en una manzana caía preciosa al suelo.  Una de las compañeras, lírica con sus pestañas, de las más osadas optimistas  se levantó temprano y caminó hacia el río que caudaloso permanecía, de repente una jovial mano se sacudía en el otro costado de la feroz rivera, era alguien de la comunidad colindante, quienes ignoraban el estado de mudez de sus vecinos, sin contacto alguno los aledaños habían empezado a realizar tareas similares a los del grupo silenciado, increíble, nada explicaba esa réplica, era el hermoso misterio del ejemplo que progresivamente transportó el viento. Los dioses que ya se habían percatado, otra vez histéricos no comprendían cómo la segunda comunidad estaba labrando también su destino, sin demora igual ley y decreto, también silencio, también caudales; poco después la tercera comunidad los emulaba, ante ello castigo, igual medicina, cuarta, quinta, sexta, cien comunidades, todas silenciadas.  Tristes dioses se sentían mierda, no por sus despreciables actos sino porque llegaba la nueva noticia, debido a que las comunidades habían sido acalladas ya nadie podía rezar, ahora quienes no existían eran ellos, la soledad sepulcral los cubrió, el mundo cambió.



Aquiles Hervas Parra
22de mayo de 2016.

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