Los dioses estaban histéricos, ese
infame grupo osaba construir un destino ¡Pretendemos cambiar el mundo! decían,
atribuyéndose así un rol que no les pertenecía según el consejo divino, allí
residía la ofensa a los dioses, éstos en inmediata reacción procedieron a
sancionar a los audaces. Su condena:
quitarles la palabra hablada y embravecer los caudales del río, estremecieron
su cauce a tal punto que atravesarlo sería tarea imposible. Amaneció, despertaron al desayuno y justo en
el momento en que uno de ellos calentaba tostada se percató que nadie lo
escuchaba, no sonaba, no existía. Igual suerte corrió otra de ellas, moviendo
sus mandíbulas abría y cerraba las cuerdas vocales más sin éxito la afonía se
tomaba el espacio, un horroroso espasmo se apoderó del lugar, no podían dialogar,
desesperado movían mudos las bocas. Pasaron los días, algunos cayeron en
desesperación y la muerte fue su único camino, el resto serenaron ansiedades en
busca de solución. En el lúgubre silencio
del tiempo recordaron, apelando a la sabiduría de la memoria, una vieja
enseñanza -cuando la incertidumbre se tome tu vida regresa alado tu mirada-,
eso hicieron en un saltado gesto y de la manera en que las alas de ave chocan
en el vuelo sus ojos se encontraron, explotaron de futuro sus pupilas, estalló
su capacidad creativa, nada explicaba su mutis sin embargo eso ya no les
importó, pusieron manos a la obra y emprendieron a los hechos. Del viejo cajón guardado en sus pechos sacaron
remembranzas de alegres conversaciones en las que el mundo no podría, no sería
el mismo si se empeñaban en redibujarlo ¿Por qué no? Dijo uno de ellos
escribiéndolo con sus ojos inmensos ante la desaforada voluntad de los
presentes, todos sin escucharlo lo habían entendido. Durante el siguiente amanecer, mientras la
transparente gota de ligeras lluvias nocturnas resbalaba por un durazno, los
locos y ahora incomprendidos abrieron de otra manera sus párpados. Sin el empeño de una sola palabra irrumpieron
su realidad con pequeñas transformaciones que años atrás habían venido
soñando. Aunque un ligero gajo de
nostalgia les cubría la consciencia, unos y otros hacían lo que les
correspondía, amaban sus acciones, gozaban sus actos, soñaban con las manos. Los dioses carcajeaban, consiguieron aislar a
los aventureros, y una vez atenuada la amenaza prosiguieron con sus míticos placeres. No sabemos cuánto tiempo pasó, llegó otra de
esas sorpresivas mañanas a las cuales nos estamos acostumbrando, la gota del
rocío ahora en una manzana caía preciosa al suelo. Una de las compañeras, lírica con sus
pestañas, de las más osadas optimistas
se levantó temprano y caminó hacia el río que caudaloso permanecía, de
repente una jovial mano se sacudía en el otro costado de la feroz rivera, era alguien
de la comunidad colindante, quienes ignoraban el estado de mudez de sus
vecinos, sin contacto alguno los aledaños habían empezado a realizar tareas
similares a los del grupo silenciado, increíble, nada explicaba esa réplica,
era el hermoso misterio del ejemplo que progresivamente transportó el viento. Los
dioses que ya se habían percatado, otra vez histéricos no comprendían cómo la
segunda comunidad estaba labrando también su destino, sin demora igual ley y
decreto, también silencio, también caudales; poco después la tercera comunidad
los emulaba, ante ello castigo, igual medicina, cuarta, quinta, sexta, cien comunidades,
todas silenciadas. Tristes dioses se
sentían mierda, no por sus despreciables actos sino porque llegaba la nueva
noticia, debido a que las comunidades habían sido acalladas ya nadie podía
rezar, ahora quienes no existían eran ellos, la soledad sepulcral los cubrió,
el mundo cambió.
Aquiles Hervas Parra
22de mayo
de 2016.
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