“La
esperanza es esa cosa con plumas que se posa en el alma, canta la melodía sin
palabras y nunca cesa” sentenciaba la poetisa decimonónica Emily
Dickinson. Transcurren las primeras
semanas después del sismo que acabó con la vida de casi setecientas personas,
mantiene albergadas aproximadamente a treinta mil y destruyó en
incuantificables daños materiales las ciudades y pueblos aledaños al epicentro.
Ante ello nos preguntamos ¿Cuánto
tardaremos en recobrarnos de esto? Dos
son las grandes incógnitas que nos ocupan: la recuperación emocional y la
reconstrucción material. Sobre lo
segundo el costo y tiempo que implica el restablecimiento de las viviendas,
infraestructura general y social de las zonas dependerá de la acertada
coordinación de esfuerzos en materia de política pública, que orientada por el
accionar de la sociedad civil confluya en una integración de esfuerzos y
aportes, el país entero a pesar de la confusa emisión de reformas tributarias empezamos
a pagar nuevos impuestos con el fin de arrimar el hombro. La sociedad civil debe conformar entre damnificados
y colaboradores la orgánica articulación de espacios de veeduría, control y
fiscalización sobre los fondos y arcas
destinadas a las zonas afectadas con el fin de precautelarlos del permanente
monstruo de la corrupción que acecha a la vuelta de la esquina, cáncer social
capaz de convertir hasta las más dolorosas circunstancias en vil oportunidad de
delincuentes de corbata. Insistimos,
ante esa amenaza la única vía es la organización social de los habitantes y sus
respectivos respaldos civiles en el país. Sobre el aspecto primero reflexionemos una
propuesta. Entre las organizaciones de
voluntarios, jóvenes, activistas y ciudadanos se preguntan, en la medida que se
agota el ritmo recolección de víveres solidarios y el voluntariado inmediato
que asistió a las tareas de rescate cuál puede ser nuestro siguiente aporte
humano. Precisamente la situación
emocional y la destajada sensibilidad efecto de tan severa hecatombe pueden ser
el siguiente frente a ser asumido por el voluntariado. La contundente capacidad de retorno a la vida
que provee la actividad del arte es uno de los mecanismos más acertados de
revitalización anímica y perspectiva de futuro para los sujetos; la música,
danza, obras de teatro libre, pintura y toda forma de combinación de sonidos y
colores que desplieguen en las retinas y oídos de las y los hermanos aquejados
provocarán la progresiva elevación de la mirada hacia una esperanza venidera. Además, el arte funciona como catalizador de
otros procesos, reúne en el espacio a las personas y las pone en diálogo,
articula orgánicamente la discusión de sus problemas, funciona como poderoso
mecanismo de denuncia y protesta ante irregularidades o incoherencias del
sistema. No encuentro un solo efecto
negativo que pueda devenir de la actividad creativa del arte. Sus consecuencias son siempre favorables a la
reproducción de la vida, la alegría, la indignación y el sueño por una justicia
pronta y cercana. Finalmente, el arte no
requiere de expertos, es agradable observar, escuchar o palpar la creación de
artistas que durante años experimentan con técnicas e innovaciones, sin embargo,
en esta circunstancias todos podemos-debemos copar la tarea, no hace falta sino
ideas creativas que se pongan en práctica en las zonas del desastre. Fiódor Dostoyevski en la célebre y clásica
novela -Los hermanos Karamazov- decía “Todos somos responsables de todo y de todos ante todos, y
yo más que los otros”. La propuesta queda enviada, que nunca falten
espíritus altruistas con los cuales podamos combustionar en los hechos.
Aquiles
Hervas Parra
28 de abril de 2016.
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