Particularmente en esta ocasión
ha resultado difícil escribir unas líneas sensatas y emocionales pero realistas
de lo sucedido en nuestra amada patria posterior al sismo que sacudió las
Costas ecuatorianas. Entre los muchos
centenares de los asuntos en la hecatombe de los cuales se podría hablar, durante
la lectura de una de las tantas poesías fabulosas del icónico Roque Dalton vino
a mi mente una incógnita sencilla aunque con intención movilizadora: Cuál es la
introspección ética que desarrollan las y los rescatistas en su profesión al
arriesgar completamente su vida en tareas de auxilio y cuál puede ser la manera
de contagiar a la población de esa forma de sentí-pensar con el fin de
maximizar el nivel y permanencia de ayuda durante estos difíciles momentos y
durante el extenso período de reconstrucción y retorno a la normalidad que se
avecina. Un lema, como siempre anónimo,
de las/los bomberos reza “no combatas el fuego desde el ego”, resumen perfecto
de la convicción que rodea a la labor de ayuda en casos emergentes o desastres
naturales, la única forma de trasladar el respaldo a otra u otro que ha caído
en dificultades es mediante la abolición completa del -yo- desaparecer como
individuo permite la ebullición del -Nosotros- colectivo. Todo acto de apoyo que se base en la
complacencia coyuntural, magnanimidad, búsqueda de reconocimiento, sentimiento
de culpa, miedo, compromiso forzado o la ayuda a cambio de beneficios conexos (muy
común en politiqueros y mercantilistas) son más bien la degradación de la
palabra solidaridad. Si y solo si se
ayuda auto eliminando el ego y suprimiendo el placer personal, dando camino a
la satisfacción trascendente del corazón se está ayudando en el plano de la -Verdad-,
y claro, esto provocará que se continúe ayudando por tiempos prolongados y de
manera permanente, que es lo que hoy se necesita. Además con esto también se logra un beneficio
particular: ser una mejor persona, cuando digo -mejor- refiero a la grandeza
del ser, a la no materialidad de la vida, es decir otro significado de la
palabra mejor. Los rescatistas hacen
eso, sin que no falte alguno que otro farsante vestido de héroe, la mayoría de
estos seres extraordinarios llegan ante la emergencia y pone en riesgo
inmediato su vida; se meten en huecos inhóspitos, afrontan el fuego, se lanzan
a precipicios, salvan la vida de ancianas/os, niñas/os, jóvenes, perros, gatos,
vacas, chivos, malandros, etc., todo aquel o aquellos que respiren o no son
para estas/os heroínas y héroes motivo de jugarse la vida, así mismo en los
desastres naturales más extendidos no duermen, no comen, beben el agua mínima,
jamás consumen los víveres donados, no se quejan de dolores, minutos después de
haber cargado cadáveres tienen la capacidad de montar escenarios con títeres
para infantes, o dar palabras de aliento a quien perdió familiares, y todo
esto, en el anonimato, no se hacen selfies, no muestran sus dientes a la prensa,
muchas veces ni siquiera dicen su nombre a quienes salvaron. Los demás, quienes vivimos pensando
únicamente en nuestro bienestar, sin contacto con el dolor ajeno debemos asumir
esa ética, es difícil llevarla al nivel de comprometer nuestra vida por el otro,
pero al menos que lo hagamos con compromisos radicales de verdadera solidaridad
y empatía nos hará ver el mundo y la vida de otra manera, nos haría Ser
otras/os, un sendero difícil pero de mucha luz, el grupo mexicano de rescate conocido
como los Topos después del terrible terremoto de 1985 inventó este lema “No hay
noche ni día, no hay hotel ni comida, no hay miedo ni familia, ni
remuneración, únicamente existe el servicio a los demás”. Hoy, las y los hermanos de la costa lloran,
centenares han fallecido, varios miles han perdido su hogar, levantarse para
ellos implicará muchos años, décadas, empezar de cero, revivir. Nosotras y nosotros no podemos permitirnos
poner la mano solo por un día, agotarnos
en una semana, olvidarnos de ellas y ellos en un mes; es un deber ético, además
de una oportunidad histórica para transformar el sentido de nuestras vidas, el
de convertirnos en sus más leales e incondicionales hermanas/os. Que nunca vuelvan a temblar, mucho menos si
es de frío.
Aquiles Hervas Parra
23 de abril de 2016
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