sábado, 23 de abril de 2016

QUE NUNCA VUELVAN A TEMBLAR, MUCHO MENOS DE FRÍO



Particularmente en esta ocasión ha resultado difícil escribir unas líneas sensatas y emocionales pero realistas de lo sucedido en nuestra amada patria posterior al sismo que sacudió las Costas ecuatorianas.  Entre los muchos centenares de los asuntos en la hecatombe de los cuales se podría hablar, durante la lectura de una de las tantas poesías fabulosas del icónico Roque Dalton vino a mi mente una incógnita sencilla aunque con intención movilizadora: Cuál es la introspección ética que desarrollan las y los rescatistas en su profesión al arriesgar completamente su vida en tareas de auxilio y cuál puede ser la manera de contagiar a la población de esa forma de sentí-pensar con el fin de maximizar el nivel y permanencia de ayuda durante estos difíciles momentos y durante el extenso período de reconstrucción y retorno a la normalidad que se avecina.  Un lema, como siempre anónimo, de las/los bomberos reza “no combatas el fuego desde el ego”, resumen perfecto de la convicción que rodea a la labor de ayuda en casos emergentes o desastres naturales, la única forma de trasladar el respaldo a otra u otro que ha caído en dificultades es mediante la abolición completa del -yo- desaparecer como individuo permite la ebullición del -Nosotros- colectivo.  Todo acto de apoyo que se base en la complacencia coyuntural, magnanimidad, búsqueda de reconocimiento, sentimiento de culpa, miedo, compromiso forzado o la ayuda a cambio de beneficios conexos (muy común en politiqueros y mercantilistas) son más bien la degradación de la palabra solidaridad.  Si y solo si se ayuda auto eliminando el ego y suprimiendo el placer personal, dando camino a la satisfacción trascendente del corazón se está ayudando en el plano de la -Verdad-, y claro, esto provocará que se continúe ayudando por tiempos prolongados y de manera permanente, que es lo que hoy se necesita.  Además con esto también se logra un beneficio particular: ser una mejor persona, cuando digo -mejor- refiero a la grandeza del ser, a la no materialidad de la vida, es decir otro significado de la palabra mejor.  Los rescatistas hacen eso, sin que no falte alguno que otro farsante vestido de héroe, la mayoría de estos seres extraordinarios llegan ante la emergencia y pone en riesgo inmediato su vida; se meten en huecos inhóspitos, afrontan el fuego, se lanzan a precipicios, salvan la vida de ancianas/os, niñas/os, jóvenes, perros, gatos, vacas, chivos, malandros, etc., todo aquel o aquellos que respiren o no son para estas/os heroínas y héroes motivo de jugarse la vida, así mismo en los desastres naturales más extendidos no duermen, no comen, beben el agua mínima, jamás consumen los víveres donados, no se quejan de dolores, minutos después de haber cargado cadáveres tienen la capacidad de montar escenarios con títeres para infantes, o dar palabras de aliento a quien perdió familiares, y todo esto, en el anonimato, no se hacen selfies, no muestran sus dientes a la prensa, muchas veces ni siquiera dicen su nombre a quienes salvaron.  Los demás, quienes vivimos pensando únicamente en nuestro bienestar, sin contacto con el dolor ajeno debemos asumir esa ética, es difícil llevarla al nivel de comprometer nuestra vida por el otro, pero al menos que lo hagamos con compromisos radicales de verdadera solidaridad y empatía nos hará ver el mundo y la vida de otra manera, nos haría Ser otras/os, un sendero difícil pero de mucha luz, el grupo mexicano de rescate conocido como los Topos después del terrible terremoto de 1985 inventó este lema “No hay noche ni día, no hay hotel ni  comida, no hay miedo ni familia, ni remuneración, únicamente existe el servicio a los demás”.  Hoy, las y los hermanos de la costa lloran, centenares han fallecido, varios miles han perdido su hogar, levantarse para ellos implicará muchos años, décadas, empezar de cero, revivir.  Nosotras y nosotros no podemos permitirnos poner la mano solo por un día,  agotarnos en una semana, olvidarnos de ellas y ellos en un mes; es un deber ético, además de una oportunidad histórica para transformar el sentido de nuestras vidas, el de convertirnos en sus más leales e incondicionales hermanas/os.  Que nunca vuelvan a temblar, mucho menos si es de frío.

Aquiles Hervas Parra
23 de abril de 2016

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