lunes, 19 de octubre de 2015

DESPERSONALIZACIÓN DE LA HISTORIA



Cuando un proyecto, en especial político, trae implícita la lógica de su existencia ligada al fin o deterioro del líder/lideresa, el proceso pierde su sentido y pone en evidencia su incoherencia histórica.  Es así que no se pueden explicar ocho elecciones consecutivas a favor de la revolución ciudadana con Rafael Correa como única respuesta; tanto la Asamblea Constituyente, la Constitución de la República y la primera etapa posterior de política pública son el resultado de múltiples dimensiones y sucesos sociales que rebasan y sobrepasan el fenómeno correísta como tal.  Esta aproximada década de estabilidad no significa un favor político gubernamental, es el mínimo tiempo de paz que lograron las clases oprimidas tras sobrevivir a las arremetidas estructurales del capitalismo-neoliberalismo.  En los años 80 y 90 se incorporaron a modo de recetas todo un programa de reformas neoliberales en el Ecuador, las cuales desembocaron en la agudización de brechas de desigualdad entre los estratos de la población y fruto de ello la crisis lleva a exacerbar la reacción social como respuesta al modelo.  El levantamiento indígena de 1990, las jornadas protesta y firmeza de varios sectores a lo largo de quince años, el cruel asalto a la dignidad perpetrado en el salvataje bancario de 1998 y los sucesivos gobiernos traicioneros de inicios de siglo -entre otros hechos- provocaron la necesidad de cohesionar resistencia social  entre las mayorías populares y ciudadanas de la nación.  Surgieron así las condiciones para la posibilidad de que un discurso transgresivo se plantee como una alternativa en finales de la primera década del siglo XXI, ante el embate desproporcionado de los años anteriores y es fruto de este acumulado histórico que el presidente actual tiene la oportunidad de llegar al poder.  Entonces ¿Quién debe decir gracias? El pueblo a su actual gobernante o éste al pueblo por la capacidad histórica que ha tenido para resistir y lograr esas condiciones democráticas.  Hay que despersonalizar los procesos, solo así se puede  pensar en una transformación coherente con los principios que la sustentan, requerimos desaferrarnos de la noción de necesidad de caudillos o referentes únicos e irremplazables.  Un cambio se prolonga en la medida que la desigualdad no cesa y esa resistencia es legítima cuando no se trasplanta con un personaje o nombre particular, que además puede desarrollar la habilidad de disimular detrás de un discurso populista la ausencia de trastoques estructurales a las causas de esa desigualdad.  Esta no es una argumentación para defender la democracia burguesa anacrónica a los postulados de la revolución francesa, ni tampoco la alternancia coyuntural de nuestra situación en especial, es un breve razonamiento para mejorar nuestra cultura política y ampliar los principios de funcionamiento de la sociedad ecuatoriana, y por qué no como posible ejemplo mundial en futuros próximos. Recordando las palabras del anónimo Subcomandante Marcos en su discurso de 1994 desde las montañas del sureste mexicano: “aprendamos a mandar obedeciendo”, sólo con ese principio cumplido a plenitud ya diéremos la vuelta de tortilla a la microfísica del poder.

Aquiles Hervas Parra
19 de octubre de 2015

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