domingo, 6 de mayo de 2018

COMO A CRIMINAL



El sol apenas iniciaba su ronda, ascendía rumbo a las 10 de la mañana y los cabellos de Claudia flotaban libres, libertad de la cual no gozaría su identidad al finalizar la jornada.  Su nombre en la cédula: Henry; su delito: ser quien quería ser.  Habría amanecido con la esperanza escondida detrás de las pestañas que aquello que llamamos -Estado de Garantías- acepte y reconozca su identidad, el delineador cargado para que no se perciban las saladas lágrimas a las cuales las mejillas ya se acostumbran  con el pasar de los años.  Ingresó el primer grupo, debilitado porque el Registro Civil los habría dividido en dos partes de forma absolutamente innecesaria ¿Qué amenaza representan tres cuerpos al poder público? No podíamos desgastarnos en batallas previas, son tantas guerras y tensión pendiente hacia el frente, no solo aquel día sino toda su vida, que aceptamos, toleramos, cedemos por prudencia, pero tuvimos claro que había un trato diferenciado, que ese día no ha sido, es o será el único ni el más feo o violento de sus vidas.  Un cartel brillaba con la leyenda “Mi identidad, mis derechos”, este narrador aun no asimilaba la experiencia, fui con la leve noción de que deberíamos agotar instancias administrativas y pasar a las siguientes fases de la disputa legal, terminé consternado, sacudido, trastornado, al percibir que lo que sentimos como simple vivir, para algunos seres es el acto de confrontación cotidiana y permanente contra el  odio, la rudeza, la hostilidad de lo público y privado ante su corporalidad, solo por ser diversas.   Nuestro turno: caminamos juntos, querría fungir de todo en vez de su abogado; su amigo, su hermano, su familia que no la acompañó, su madre que impotente en casa no quiere perderse los episodios especiales de su vida y no puede venir porque está impedida, su compañero del colegio que le juró amistad eterna previo a saber que iba a usar faldas, quisiera ser, antes que abogado todo lo que pueda suplir esa soledad que reflejaban sus obscuros ojos en cada golpeteo del tacón sobre las baldosas de la dependencia estatal.  -Dígame- pronuncia el uniformado en el escritorio con letrero “Cambio de género”, -Quiero cambiar mi sexo- se escucha con volumen aletargado, tono casi parecido al volumen de la ternura de los niños al pedir algo que les ha sido prohibido, -Querrá decir usted cambio de genero- vuelve a acentuar el funcionario, un silencio parecido al abismo acompaña la circunstancia, -No, ha dicho cambio de sexo- afirmó yo en su compañía.  Después de que le relatásemos varias normativas internacionales y cuestiones jurídicas que explican obviedades para cualquier persona con sentido común de los derechos, el argumento legal era más que sobrante, empero fue necesario abogarlo, retorno de la sensibilidad elemental al acto performance de la abogacía.  Todo el criterio garantista es respondido con la seca y despiadada oración de la burocracia “aquí no le puedo ayudar, pregunte allá”, desconoce quizás que frases sinónimas a esa las ha venido escuchando en décadas y más.  Los tacones otra vez, peco de subestimación al describir a este ser cual silencioso, ese garbo y postura contundente, espalda rígida, paso firme, movimiento de hombros cual si fuera el presidente de la República muestran la fuerza y valentía que estxs sublimes guerrerxs le ponen diariamente a las circunstancias.  Dejo de pensar que debo dar valor, esos treinta pasos que vibran en la sala, terremotos de seguridad, me transmiten a mí la dignidad a la que como humanidad hemos renunciado, estoy siguiendo su estela de coraje, anonadado su cabello se me dibuja repentino tal cual el arrebol del amanecer.  De ese momento en adelante seré simplemente un testigo de las luchas más complejas que jamás haya presenciado. -Oficina de errores- expresa el nuevo cartel, en la fila personas con tildes mal puestas, letras faltantes, nombres mal escritos, todos con la certeza de que no habrá motivo para rechazar su cambio de inmediato, una vez comprobada su intención y voluntad.  Otra vez no, otra vez el mismo rostro de repudio, de hastío, aborrecimiento disfrazado de extrañeza.  Llaman a la responsable jurídica de la institución.  Precedida a su llegada, arriba el guardia con la mano derecha acentuada en su pistola, sin mediar palabra alguna se cuadra amenazante de lado de esta guerrera de la vida, siento rabia, amargura e indignación ¿A quién de nosotros ciudadanos nos ponen un guardia armado y amenazante por cada reclamo que hacemos a un funcionario público? No digo con esto que al pueblo no violentan cada vez y cuando, sin embargo esto evidencia que el/la homosexual,  transgénero, transexual, lesbiana, gay, bisexual u otros diversidades sexo genéricas son a los ojos del sistema actual, ciudadanos de última clase, muchas veces ni siquiera existen como tal.  La delegada jurídica con un discurso idéntico al de las fuerzas armadas reconoce “no tengo disposiciones para proceder con su pedido”.  Inhalo, exhalo, argumento, no sirve, es inútil, el Derecho del el sistema se resume en las órdenes dadas u omitidas por el poder, el poder detesta a los distintos, diversos, a quienes resisten con el cuerpo.  Finalizamos el intento, rumbo a la salida, no logramos nuestro objetivo puntual; cambiaremos las velas para aprovechar otros vientos y retomar acciones con nuevas estrategias.  Nuestro triunfo: el sabor dulce de la dignidad, este sencillo narrador no es el mismo antes y después de escuchar esos tacones, los pasos firmes del valor, el caminar de la valentía, hundir en el lodo la cobardía y mirar con arrojo al miedo de frente.  Ya afuera ella sonríe, el mundo la desconoce, agrede, veja, ultraja, trata como a criminal, y ella vive y resiste, vive y ríe, sus hermosas y rizadas pestañas posan para la foto del recuerdo mientras clausura simbólicamente el Registro Civil con la denuncia “Aquí se violan derechos”, ha triunfado, porque continúa danzando su cuerpo de mujer, ese que en sus sueños solo a ella le pertenece. 

Aquiles Hervas Parra
26 de abril de 2018

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