Todo episodio en momentos
determinados del tiempo tiene una función y sentido; hoy, a un día de culminar
el año 2017 del siglo XXI, quisiera aprovechar el evento de la muerte del perro
Amarok y la detención del agente de tránsito a la camioneta que lo transportaba
hacia una clínica por el envenenamiento del can que causó su posterior muerte. Cuando estos sucesos injustos se suscitan y
llegan a la opinión pública y generalizada ¿Qué es lo que realmente demandamos?
Justicia o venganza, queremos que el dolor de quien recibe los efectos de lo
injusto se repare o queremos que ese dolor se traslade a quien lo ocasionó, sea
directa o indirectamente. La respuesta
no es simple, lo segundo implicaría que somos una sociedad con más sed de
venganza que los deseos de reparación y recomposición de quienes causan
afecciones. Varios noticiarios han
anunciado que el agente policial ha sido despedido, no tengo interés en
defender la fuerza pública, ésta aún tiene en sus filas tantos miembros que
forman parte de la corrupción que no es un fin interesante precautelar su
espíritu de cuerpo, pero, tampoco es correcto legitimar la avalancha de
exigencia de vendettas simuladas en justicia que tanto daño nos hace como humanidad. Pongamos un escenario pedagógico, si ese día
mientras transportaban al animal un niño atravesaba la calle y era atropellado
por el conductor de la camioneta con el can en y su acompañante en el cajón, el
niño moría, cuál sería nuestra posición.
La vida del niño y del perro tienen igual valor, sobre eso no
discutiremos, empero es muy probable que una facción amplia de la sociedad
reclamaría cárcel para el chofer. ¿El
factor común? En los dos casos nuestra voz inmediata es la del castigo,
riguroso, fulminante, sin debido proceso, ni pruebas, ni siquiera con derecho a
la defensa, sanción inmediata. Eso es lo
que diferencia a la venganza de la
justicia, la inmediatez de la observación del escarmiento, la punición, la
cárcel y en muchos casos la muerte. Las
cárceles medievales no se diferencian conceptualmente en casi nada a las
cárceles modernas, las dos simbolizan todo menos la búsqueda de la
rehabilitación, el sistema punitivo es la interpelación social del deseo
compulsivo hacia la mirada sin paciencia -ni espera- por el dolor de quien
consideramos nos causó dolor. Ensalzamos
con loas la decisión de despedir al agente que un día recibió nuestro mandato
social de ejecutar normas sin criterio alguno y al día siguiente escupimos a
los agentes que no cumplen la ley al tenor de su texto; pedimos que en unos casos sean conscientes y
disciernan entre el bien y el mal, tengan sentido común, sin embargo para otros
casos exigimos que disparen a manifestantes callejeros porque los consideramos
vándalos malditos. Pedimos que se quemen
vivos a pillos y hurtadores de manzanas mientras aceptamos como normal las
pomposas paradas militares que encubren a políticos y banqueros. ¿Queremos policías con sentido de justicia o
fuerzas de represión que actúen a la velocidad de nuestros sentimientos?
Primero respondamos eso a la vida antes de solicitar de ésta alineación con
nuestros deseos. Me dolió tanto como a
cualquiera de ustedes la muerte del animal, no sé si lo mató el agente, o algún
vecino enfermo de los que no faltan que botan carne con vidrios, veneno o
raticida por algún rencor acumulado. Lo
que sí puedo asegurar es que esto de sentirnos bien con el dolor ajeno, aunque
lo percibamos como justo o legítimo no nos hace bien, no nos vuelve vencedores,
nos destruye a mediano plazo. Quien
aprende a odiar, aunque gane, pierde. Si
hay una manera de desearles un feliz año 2018 es aspirando a que uno de estos
años mueran, irreversibles, nuestros deseos de venganza. De la misma manera en
que los aprendimos son viables a ser desaprendidos, cuánto demorará, tampoco lo
sé, solo sé que se esparcirán en las cenizas de un año viejo cualquiera y se
irán con el viento hacia el falso norte de nuestros recuerdos.
Aquiles Hervas Parra
30 de diciembre de 2017
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