jueves, 30 de noviembre de 2017

ENAMORARSE DE UN ÁNGEL




Hay muertos sobre los que nadie habla, hay calidades de muertos porque hay calidades de vivos.  Nos horrorizamos y lamentamos la muerte en general mientras ésta no roce nuestras más hostiles y perversos cánones morales.  Ha muerto un ángel y nadie dice nada.  Samuel fue su nombre, Samuel se llama aún, el/la de los hermosos vestidos y el equipo de canes que acompañaban su camino en las vetustas calles del claroscuro Guápulo en Quito.  No fue un hombre, no fue una mujer, fue un ángel; de esos escasos seres de luz que abren estelas a su marcha, aquellos que nos retan con su simple presencia, aquellos pocos libres en un mundo de encadenados, en una sociedad esclava del sistema pero también de sus cerradas ideas.  No conocí a Samuel pero cualquiera con un mínimo nivel de sensibilidad se enamoraría de su presencia, de su energía desbordante, de los colores dibujados, de sus sueños pincelados, sus sutiles pero audaces aspiraciones.  No le hacía daño a nadie, vivía en una mágica caja de fósforos sobre el filo de la quebrada en algún rincón desconocido de la misteriosa ciudad capital: reciclaba, salvaba perros, asistía al cine y participaba de la vida barrial.  Su existencia afinaba notas de melodías incomprendidas, el frío noviembre de Quito azotó su cuerpo inerte mientras su cabeza de Alicia en el País de las Maravillas aun hasta hoy no aparece, lo desmembraron físicamente pero lo inmortalizaron, el odio puede creer que mata pero la sangre del asesinado siembra semillas de vida, semillas de luz. De sus alas se desprenden plumas que fertilizarán raíces de ese futuro armónico y pacífico, quizás lejano, quizás cercano. Amamos a Samuel como se aman las lágrimas, lo amamos con la rabia circundante en las venas de la impotencia momentánea y la perseverancia de después.  Pocos seres cargan tanta ternura, pocos seres dibujan arcoíris en su paso, pocos seres se mantienen vivos en el mundo de los semimuertos, aquellos que se resisten a ver la vida de frente y se acostumbran a la cotidianidad helada y estática de los viejos y caducos preceptos.  Este artículo breve llega tarde, como casi todo, Samuel, pero si en algún lado puedes vernos y escucharnos, allí donde se dice ya hay paz, aspiro sepas que de tus líneas curvas y los dóciles colores con los que rondaste el viento, serán retomados por quienes sin ser ángeles lidiamos con los semivivos y pretendemos sembrar un jardín donde todas las flores convivan por igual. Es imposible no enamorarnos de un ángel, hasta siempre Samuel.

Aquiles Hervas Parra
30 de noviembre de 2017G

No hay comentarios:

Publicar un comentario