Cursamos el siglo XX y la
ideología neoliberal ha incorporado exitosamente un tipo de discurso de la
libertad en las subjetividades humanas. Medio
planeta maneja teóricamente la misma concepción de derechos humanos, no me
atrevería a decir que es un fruto del capitalismo porque de hecho, en la
práctica es este modelo el principal coartador de las libertades humanas. El capital se encubre en la ilusoria cortina
de una forma específica con la cual es incoherente. Por ejemplo en teoría propone la libertad de
mercado y en la práctica de la circulación de commodities transnacionales o
materias primas (véase el ejemplo evidente en los petróleos) controla arbitrariamente
los precios mediante pactos internacionales de imposición, vapuleando las leyes
de oferta y demanda que ellos mismo reivindican una y otra vez en sus peroratas.
Las personas hemos aprendido ese vicio
de modelo, hablamos de albedríos pero no las vinculamos con compromisos, y esa falta
de anclaje arroja dos resultados ineludibles: primero la emancipación no se
concreta sino solo en la ficción de nuestras cabezas, pensamos (abstraemos) que
somos independientes; y segundo, si osamos a practicarla de forma desanclada
con la realidad material terminamos sufriendo consecuencias sumamente
dolorosas. Aunque no sea libre quiero
percibir que lo soy y pago con mi sometimiento el precio de tal mentira. El
problema crucial de esta etapa de la historia es que hablamos de libertades sin
asociarlas con las responsabilidades. Mientras más disociados tengamos estos
conceptos y prácticas, menos realizable será la liberación real (Autonomía), y
más dolorosos aún, los efectos posteriores de la ficticia noción de actuar sin
autocontrol corresponsable. La ausencia
de auto-regulación abre la puerta para que agentes externos a mi existencia regulen
a su modo mi marco de movimientos, sea el estado, la iglesia o cualquier
estamento recicla las simuladas manumisiones para convertirlas en normas, a la
luz de sus intereses materiales o morales. Nos molesta tal regulación pero ante ésta
oponemos solo meras abstracciones y no concreciones de la responsabilidad. Si fuésemos capaces de someter la voluntad a
las auto-normas de nuestro propio discernimiento a modo de principios estables
y equilibrados, la puerta quedaría absolutamente cerrada a esas injerencias
externas. Ahora bien, ese apenas es el
dilema de la dicotomía liberal de estos conceptos; personalmente considero que
tal concreción es insuficiente, porque con todo y auto-determinación plena de
algunos sujetos, la construcción sistémica avasalla a los individuos no
subsumidos de forma directa o indirecta en las leyes del capital. Por lo cual al mismo tiempo de la concreción
de las libertades responsables es indispensable tejerlas en lo colectivo, es
decir construir la Autonomía para confrontar y desmontar a los modelos que no
pueden convivir con los tejidos sociales autónomos. Hoy esos modelos, aunque en crisis, están relajados,
porque las personas en general piensan que son libres y con esa porción restringida
y abstracta de aparente independencia el modelo no está en peligro. Debería ser innecesario decirlo pero por si
acaso alguien lo dude: No estamos emancipados y mucho menos autónomos. Quien se esquive del marasmo de mitos y mueva
ligeramente la cortina de su pretensión de verdad interior, podrá verificar que
tal aseveración es cierta, y aunque incierto es el camino a la versión
alternativa de la vida, no es imposible.
¿Qué nos corresponde? Hacer ese ejercicio reflexivo de cuestionarse,
descubrir la consciencia de no-libertad y tejer con los otros las emancipaciones
para convertirlas en Autonomía, plena y potente, infranqueable para las redes
arrasadoras de la modernidad capitalista y sus falsos discursos.
Aquiles Hervas Para
29 de abril de 2017