Tan
sólo era una cometa, aun así recogía quimeras mientras seducía los golpes del
viento. Eran las cinco y ella, joven
simple de escasos años transcurridos, miraba el sol de ocaso pretendiendo esconderse
al frente, sentada en el techo de la casa escudriñaba en sus pensamientos ¿Será
posible volar con libertad se preguntaba Alegría? Aquella interrogante venía acechándola
varios meses atrás, esa mezcla de palos y periódicos era el único artefacto al
cual podía mirar de cerca y comprender el complejo asunto de la levedad. Es agradable escalar a la cubierta del hogar,
más aún cuando se avecina el crepúsculo; algún día de silencios alargados
descubrió el punto exacto donde el soplo vespertino no golpea la espalda. Aunque extrovertida, con la cometa prefería
la soledad, de ese modo conseguía dedicarse a la reflexión y escuchar a los
pájaros, tenía obsesión particular por el sonido melódico de los plumíferos,
acelerados u otros apacibles, placía sus oídos cada ocasión en la que estos cantantes,
la mayoría pequeños, se posaban en el aledaño árbol de capulí o encima de la
esquinera teja negra, y resonaban. Con
el trinar de las aves acompasando la jornada maniobraba el ovillo a la par que soñaba,
soñaba en el presente lindante que con perspectiva audaz y atrevida aspiraba a
dibujar en el futuro. ¿Cómo volar en
libertad? La duda de encontrar la vía para librar el suficiente peso y
despegarse al menos unos segundos de la cotidianidad, el autómata hábito de
recibir los días sin percibir el instante inmediato de despedirlos, avasalladora
monotonía de la vida. Esta preocupación
no la mantenía en su condición de individuo, era idealista, de quienes han
anhelado cambiar el mundo y resistir hasta el final a que éste no los cambie. La abrumaba la sed por la justicia en el ser social
y las maneras de cohabitar. Jamás abordó
el problema desde la mirada moral, así se procuraron resolver en la historia
los conflictos y henos aquí, con los litigios tan vigentes como antes. Vivimos reaccionando o respondiendo al camino
que la costumbre ha definido a modo de metas, estamos atados con la ficticia
idea de actuar libremente, sin embargo nos movemos al compás de aquel hilo que
anuda nuestro flujo y, eso no es estar emancipados. Ante ello pretendía descubrir cómo flotar, desplegarse
sin control, con la certeza de observar la lontananza y expandir las alas. Aborreciendo esa tramilla limitante y con la
boca ligeramente seca, abrumada en el ejercicio dominador que poseía sobre la
cometa decidió redimirla. Con los
índices y pulgares de sus flacas manos tomo el cordel, lo frotó en el filo de
piedra hasta romperlo y a la voz parsimoniosa de un susurro sentenció: ¡Eres
libre! Abrió cual pepas de durazno los dos ojos miel y contrario a las
expectativas, la flotadora y juguetona máquina de sueños se derrumbaba, pasó de
aeronave a menos que piedra, al efecto de la gravedad la desplomaba
aceleradamente hacia el piso, además de no ser libre, moría, languidecía en
bruscos giros y su destino era el peso de la existencia carente de sentido. Alegría, pasmada y con la incertidumbre
circulándole caliente en las venas lo sabía, bajó del tejado, tomó su celeste
mochila cargada de entelequias, y, proyectada en tiempo y espacio difusos, se
fue, en aquella tarde otoñal con el crujido de varias hojas secas que caían de
viejos árboles añosos, ella zarpaba de mochilera con el claro fin de aprender
la vida y quizá reinventar la libertad.
Aquiles Hervas Parra
14 de febrero de 2016
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