domingo, 14 de febrero de 2016

ALEGRÍA QUIERE VOLAR



Tan sólo era una cometa, aun así recogía quimeras mientras seducía los golpes del viento.  Eran las cinco y ella, joven simple de escasos años transcurridos, miraba el sol de ocaso pretendiendo esconderse al frente, sentada en el techo de la casa escudriñaba en sus pensamientos ¿Será posible volar con libertad se preguntaba Alegría? Aquella interrogante venía acechándola varios meses atrás, esa mezcla de palos y periódicos era el único artefacto al cual podía mirar de cerca y comprender el complejo asunto de la levedad.  Es agradable escalar a la cubierta del hogar, más aún cuando se avecina el crepúsculo; algún día de silencios alargados descubrió el punto exacto donde el soplo vespertino no golpea la espalda.  Aunque extrovertida, con la cometa prefería la soledad, de ese modo conseguía dedicarse a la reflexión y escuchar a los pájaros, tenía obsesión particular por el sonido melódico de los plumíferos, acelerados u otros apacibles, placía sus oídos cada ocasión en la que estos cantantes, la mayoría pequeños, se posaban en el aledaño árbol de capulí o encima de la esquinera teja negra, y resonaban.  Con el trinar de las aves acompasando la jornada maniobraba el ovillo a la par que soñaba, soñaba en el presente lindante que con perspectiva audaz y atrevida aspiraba a dibujar en el futuro.  ¿Cómo volar en libertad? La duda de encontrar la vía para librar el suficiente peso y despegarse al menos unos segundos de la cotidianidad, el autómata hábito de recibir los días sin percibir el instante inmediato de despedirlos, avasalladora monotonía de la vida.  Esta preocupación no la mantenía en su condición de individuo, era idealista, de quienes han anhelado cambiar el mundo y resistir hasta el final a que éste no los cambie.  La abrumaba la sed por la justicia en el ser social y las maneras de cohabitar.  Jamás abordó el problema desde la mirada moral, así se procuraron resolver en la historia los conflictos y henos aquí, con los litigios tan vigentes como antes.  Vivimos reaccionando o respondiendo al camino que la costumbre ha definido a modo de metas, estamos atados con la ficticia idea de actuar libremente, sin embargo nos movemos al compás de aquel hilo que anuda nuestro flujo y, eso no es estar emancipados.  Ante ello pretendía descubrir cómo flotar, desplegarse sin control, con la certeza de observar la lontananza y expandir las alas.  Aborreciendo esa tramilla limitante y con la boca ligeramente seca, abrumada en el ejercicio dominador que poseía sobre la cometa decidió redimirla.  Con los índices y pulgares de sus flacas manos tomo el cordel, lo frotó en el filo de piedra hasta romperlo y a la voz parsimoniosa de un susurro sentenció: ¡Eres libre! Abrió cual pepas de durazno los dos ojos miel y contrario a las expectativas, la flotadora y juguetona máquina de sueños se derrumbaba, pasó de aeronave a menos que piedra, al efecto de la gravedad la desplomaba aceleradamente hacia el piso, además de no ser libre, moría, languidecía en bruscos giros y su destino era el peso de la existencia carente de sentido.  Alegría, pasmada y con la incertidumbre circulándole caliente en las venas lo sabía, bajó del tejado, tomó su celeste mochila cargada de entelequias, y, proyectada en tiempo y espacio difusos, se fue, en aquella tarde otoñal con el crujido de varias hojas secas que caían de viejos árboles añosos, ella zarpaba de mochilera con el claro fin de aprender la vida y quizá reinventar la libertad.

Aquiles Hervas Parra
14 de febrero de 2016 

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