En este breve
artículo pretende establecer una reflexión acerca del agotamiento que en el
tiempo deriva en fetiche de quienes administran el poder sobre los casos de los
procesos denominados progresistas en Venezuela, Ecuador y Argentina. Los tres países viven/vivieron/vivimos
aproximadamente en promedio una década de gobierno orientado por esta
vertiente: para el caso argentino el modelo se agotó en las condiciones
democrático electorales con el ascenso y regreso de la derecha neoliberal; el caso
venezolano acaba de cerrar una derrota del chavismo en las elecciones
parlamentarias; y, finalmente en el caso ecuatoriano, las cosas no están dichas
y la revolución ciudadana dispone hasta el año 2017 para leer el escenario
venidero. La cuestión que surge es ¿Por
qué han perdido los gobiernos denominados progresistas su legitimidad y apoyo
popular en la actual época? Trataremos
de esbozar una hipótesis que lo responda. Una comunidad social descargada de su capacidad
organizativa tiende a la protesta social y el castigo electoral por dos
motivos: la reacción ante una situación de crisis, o la espontánea búsqueda de
un mejor estado de bienestar, lo primero mucho más común que lo segundo. En las décadas de los años ochenta y noventa,
el continente latinoamericano después de un largo proceso de desarrollismo o
también denominado período reformista entró en la etapa neoliberal. Un conjunto de recomendaciones de los
organismos multilaterales nivel mundial
como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, entregaron a los
Estados de la región latina a modo de recetas las indicaciones de un proceso de
reestructuraciones del funcionamiento de la economía capitalista, en resumen la
desregulación, privatización y apertura al comercio internacional eran los ejes
de guía de este paquete neoliberal. A
esto cabe agregar que el endeudamiento -público y privado- garantizado con las
bonanzas petroleras fue otro aspecto agregado al modelo. Unos países por ventajas para los sectores
económicos que administraban el Estado y otros, por no encontrar otra solución
a su situación de inestabilidad macroeconómica adoptaron sin ninguna
observación este modelo, sembrando así lo que en lo posterior por algo menos de
dos décadas daría como fruto una de las más severas crisis económicas y
sociales en cada uno de los países del continente. El Caracazo, Salvataje
Bancario y el Corralito; en Venezuela, Ecuador y Argentina respectivamente, son
los hitos que simbolizan la
inestabilidad y supremo apogeo que vivieron estas naciones como resultado de
las reformas implantadas; los años noventa e inicios del siglo XXI significan para
la región en general y sus Estados Nacionales citados en particular un profundo
desequilibrio de las relaciones sociales y productivas, con lo cual la dificultad y la conmoción se apoderaron de
la población. Retomando la pregunta del presente ensayo ¿Por
qué han perdido los gobiernos denominados progresistas su legitimidad y apoyo
popular en la actual época? La respuesta
es sencilla, porque están operando como -termidores- es decir han traicionado a
sus principios fundacionales. Esta
responsabilidad no va endosada a sus líderes como a todos sus procesos en
conjunto. La Revolución Bolivariana en
Venezuela, el Kirchnerismo peronista en Argentina y la Revolución Ciudadana en
Ecuador se hallan en un momento de agotamiento. Estos tres procesos si bien en sus inicios
apelaron a un discurso crítico a las relaciones de explotación que produce el
capital, lo fueron silenciando poco a poco en el tiempo, retomando a su vez la
exaltación a ideas como la del crecimiento económico (en el fondo desigual), el
progreso liberal-moderno como mito o el desarrollo a costa del extractivismo de
la naturaleza. Los gobiernos
progresistas de falsa izquierda por un lado se legitimaron con una radical
crítica al modelo hasta llegar al poder y por otro, una vez se localizaron en
el mismo asumieron un realismo pragmático de administración de los recursos, la
renta y respeto a la distribución de la riqueza. Reafirmaron la matriz extractivista
reforzándola con nuevas variantes, aplicaron el ejercicio del control del poder
y la estabilidad mediante la represión y la viejas formas de encarcelamiento a
los que piensan diferente, la mayoría de ellos provenientes de sectores
populares y sobre todo desaprovecharon una de las más escasas oportunidades de
la historia con la bonanza de precio de los commodities, apoyo popular en
múltiples elecciones, reformas constitucionales, por primera vez el Estado tuvo
más recursos y poder que todas las oligarquías o burguesías juntas en los
doscientos (promedio) años de Repúblicas. Cuando un proceso, líder/eza vuelto mesías,
recibe la delegación del poder en base a la oposición directa a los sistemas
que provocaron el dolor anterior, y materia por el cual recibieron ese poder;
abandonar el compromiso con ese antagonismo equivale a traición. Pero, más allá de esa evaluación de orden
ético, lo que nos interesa exaltar acá, es que: si durante una década sembraste
un conjunto de símbolos ambiguos, confusos y evidentemente contrarios a la necesaria
dialéctica del sistema, esos mismos frutos son los que terminan por eliminar al
sembrador. ¿Al pueblo qué le queda? Lo
de siempre, volver a asumir su rol dialéctico en la historia, evaluar sus
reservar regenerativas, estar atento a los momentos críticos para operar su
potencia y seguir ideando la comunidad ética que convierta al siguiente intento
de cambio en una forma de hiperpotencia con miras a saltos más grandes en su
realidad, su Estado y su cultura, el sueño vigente de una sociedad con
bienestar colectivo.
Aquiles
Alfredo Hervas Parra
8 de diciembre de 2015.
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