Una vez más el mundo se ha
espeluznado ante los atentados perpetrados en París, Francia; una vez más el
mundo se ha escandalizado ante la muerte. En ese estado de trastorno cabe
preguntarse ¿hay algo en nuestras manos que se pueda hacer? La respuesta reside en las miradas que le
demos al problema. Sí nos quedamos en la
primera mirada, la sencilla y vaga que se realiza alrededor de la construcción
de opinión pública que se levanta en torno al tema diríamos que es
materialmente imposible actuar de alguna manera frente al tema, y, que la
situación rebasa la acción tangible de nuestras intenciones -son locos matando
a inocentes y alguno de los gobiernos mundiales han de perseguirlos hasta
aniquilarlos-, es decir esta primera mirada impotente y sin profundidad crítica
tiende a endosar al poder político (económico) su fe ciega y confía en que la
mano dura y la capacidad militar resuelva semejantes conflictos, es decir,
legitimamos la violencia como reacción a la violencia. La segunda mirada requerida, más detallada,
más rastreadora de sospechas, no cree lo primero que lee, escucha u observa de
los mass medias globales, esta segunda mirada se plantea a sí misma, bastará
con ver la cortina para hablar del paisaje, o un gajo de duda me llevará a
mover con la mano de la inquietud esa cortina para conocer ese paisaje tal como
es. La cortina de los problemas
fundamentalistas, religiosos o extremistas construida desde la configuración
discursiva de guerra ha planteado todos los problemas con el mismo argumento,
hay -malos- que se constituyen amenaza a nuestra tranquilidad y hay -buenos-
que tienen la misión de eliminarlos, y, sobre ese mensaje ha circulado toda la
discusión que ha formado opinión pública, cuando no solamente es ello, es decir,
qué sucede detrás de estos conflictos, qué intereses reales se encuentran en
disputa. Asumo un compromiso mayor y
muevo la cortina, observo el petróleo y la energía que está en juego, pozos y
zonas territoriales de control, imperios antiguos y contemporáneos que se han
pugnado áreas ricas de explotación de recursos, regiones que están pretendidas
por dos bandos que disfrazan sus reales ambiciones con discursos de dos tipos;
en un caso fundamentalismos religiosos y en el otro democratizaciones
hipócritas, ambas aristas de este conflicto han puesto a sus pueblos a expensas
de la muerte, fluye sangre de inocentes ajenos a estas avaricias en calles
citadinas y arenas del desierto, corren ríos de lágrimas de dolor en los de
abajo, en los que pagan el costo de la acumulación infinita de dinero de los de
arriba. Así, en ese contexto, en esa
mirada honda reitero la pregunta inicial ¿hay algo en nuestras manos que se
pueda hacer? Ya ampliada la mirada, es posible responder con firmeza, por
supuesto que sí: esta demanda inmensa de consumo de bienes y servicios en el
mercado del capital es la base de la acumulación de riqueza de estos intereses
encontrados; sin compradores de toda esa materia no se perpetúa el orden supuestamente
infinito de acumulación, entonces allí si concurre algo que en este inmenso
globo de problemas que nos resultan tan ajenos y lejanos puede llegar a
nuestras manos como una parte de la solución, debemos consumir menos energía y
productos resultado de esa energía; a menor demanda de bienes y servicios menos
disputa por el control de las fuentes que se usan para producir esos bienes y
servicios. Cada gota de placer de
consumo se hace con una gota de petróleo y cuesta una gota de sangre, la mejor
manera de solidarizarnos con el sufrimiento de los pueblos de Siria, Francia,
Palestina, Kurdistán, Líbano, Kenya, Irak, Líbya y todos aquellos lugares del
planeta donde hay dolor y muerte, es desmontando la valoración material de la
vida y asumiendo otra forma de existir y coexistir, de lo contrario solamente
nos escandalizamos por susto y quizá por miedo a que ese padecimiento nos
alcance acá donde todo es aparentemente más tranquilo.
Aquiles Hervas Parra
14 de noviembre de 2015