¿Qué
es un trabajador/a en el siglo XXI? Esta podría ser la interrogante por
excelencia en tiempos de inicio de otra época para la humanidad. Esta fue sin lugar a dudas la variable de
condición del planeta por alrededor de doscientos años a la luz del nacimiento
y debacle del sistema mundo moderno; por lo que su respuesta podría, en
términos aun abstractos, esbozar el camino hacia otro modelo de sociedad y
etapa de la historia. En términos
coloquiales trabajador es todo aquel que para cumplir sus necesidades requiere
crear valor, o como conversábamos con la vecina de la tienda, quien para poder
traer un plato de comida a la casa tiene que meter mano. Nadie ha desmontado la teoría del valor
clásica, profundizada en el marxismo científico y ratificada en tiempos post
liberales, de que las personas no intercambiamos dinero o mercancías, sino el
tiempo que necesitamos para elaborar esas mercancías o esa representación del
valor que se simboliza en la moneda; por lo tanto, intercambiamos tiempo de
vida que ocupamos para producir valor, con el tiempo de vida de otro u otros
(tiempo social). En el siglo XX como
herencia de la interpretación dialéctica de la historia, esta noción
identificaba exclusivamente a los obreros y campesinos del mundo, y, sin lugar
a dudas esto continúa siendo igual, pero no es suficiente; hoy en los preludios
del nuevo milenio, es importante extender la categoría. Los sujetos de trabajo autónomo (denominado
emprendedor), los pequeños o micro productores (denominado pequeño o micro
empresario) e incluso los medianos productores (según su patrimonio y renta
anual) ¿Podrían afirmar que no trabajan? ¿Que no deben dedicar tiempo de trabajo
para intercambiar valores representados con otros sujetos en el mercado del
tiempo/valor social? Según el nivel de
enajenación (percepción ajena de la relación entre el sujeto y el objeto de su
trabajo), algunos se marearán ideológicamente y no tendrán consciencia de su
realidad, y la relación de su existencia con la producción, elemento
fundamental para entender el estado de una sociedad. Otros leerán esta breve opinión y comprenderán que la mayoría de
seres con nuestra diversidad somos trabajadores del mundo, si detenemos
nuestras manos por unos días, quebramos, no podemos llevar el pan a casa o no
podemos desarrollarnos humana y socialmente; por lo cual deberíamos vernos más
cercanos, diferentes pero comunes, distintos pero relacionados, disímiles pero
complementarios. Cuando ese bello
momento de consciencia suceda los tejidos de la sociedad se imbricarán sin
anularse unos a otros, sino reforzándose en tres dimensiones superpuestas de la
realidad: lo comunitario, lo público y lo privado; todas con el eje axial
explicativo de la vida, el trabajo (tiempo/espacio). Mientras usted querido lector se pega una
cerveza en el mar, el oriente o las montañas por el día del trabajo, le digo
salud desde los Andes y pretendo dejarlo
pensando esta humilde idea que podría determinar las claves para otro futuro
del mundo, su ciudad, su provincia o sus planes personales: el trabajo debe ser
el centro de discusión de la vida en la alborada del siglo XXI, mientras eso no
suceda seguiremos presos de los caóticos claroscuros del fin de la
modernidad.
Aquiles Hervas
Parra
3 de mayo de 2019.
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