Podemos pensar que la corrupción, la explotación, las guerras, las
tasas de violencia, los índices de muertes u otras formas públicas que
evidencian los estados sociales del sufrimiento son estructuras difíciles de
transformar, más me atrevo a afirmar que éstas, tarde o temprano, sucumben en
la historia, y su sostenibilidad depende exclusivamente de la contradicción
compleja entre fuerzas del tiempo y espacio, es decir son efecto de buenas
oportunidades circunstanciales para avanzar que coinciden con la insistencia de
sectores que se organizan para lograrlo.
Lo que realmente preocupa a este humilde escritor, más que las
dificultades del camino, es que la velocidad en la que se concretan los cambios
depende de la resistencia de paradigmas socio/mentales, y, eso sí que es un
entramado complejo que requiere de una actitud diferente. Me explico mejor en términos históricos: fue
duro acabar con las flagelaciones de mujeres en las plazas públicas cuando se
presumía que eran brujas, sin embargo, más duro fue que las personas que asistían
y miraban sus cuerpos incendiarse cambien la conclusión en la cual, ese
episodio sangriento que miraban era normal y justo; si hoy en día se realiza
una encuesta consultando este hecho una contundente mayoría responderá que eso
era una locura irracional y anti humana. Le costó a la sociedad varios siglos tal
cambio de paradigma ¿Será posible que los temas más complicados en la
actualidad demoren otros siglos más?
Entonces, en este plano de comprensión, el dilema no es el de subdividir
una lista de temas clasificatorios en los que la gente es: buena o mala; loca o
normal; estúpida o inteligente; piensa como yo o piensa como otro; el dilema, y
a su vez reto que tenemos como generación, es el de comprender la dinámica de
esto y probar con métodos y estrategias pertinentes a la realidad que permitan
acelerar las condiciones por las cuales cambian los modos de pensar, los
paradigmas. Si logramos esa capacidad
creativa, las agendas más complicadas (derechos humanos, derechos de género, discriminación
étnica/racial, sensibilidad ambiental, crisis del cambio climático, explotación
laboral, precarización de los trabajadores, corrupción pública, violencia
sistematizada, etc.) no se demorarán siglos en interiorizarse por una mayoría
social y así acercarnos a eso que llamamos estado de bienestar, y que quien
escribe prefiere llamar Estado del Equilibrio Dinámico. Esta breve reflexión, en una tarde de
domingo, no es sino la evacuación del sentimiento de impotencia frente a la
velocidad en la cual la sociedad mejora o en muchos casos empeora; y a su vez
la reafirmación de la necesidad de perseverar en la empresa de soñar otros
mundos posibles, con el condimento extra de que los intentos por lograrlo tengan
otro ángulo de sagacidad, otra forma de intentarlo, y no las mismas estrategias
tradicionales que derivan en iguales resultados. ¿Lo lograremos como generación?
Ya se verá, de lo que estamos seguros es que no basta con tener buenas ideas
sino somos lo suficientemente creativos para que la sociedad las haga suyas.
Aquiles Hervas Parra
16 de septiembre de 2018.
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