Hay muertos
sobre los que nadie habla, hay calidades de muertos porque hay calidades de
vivos. Nos horrorizamos y lamentamos la
muerte en general mientras ésta no roce nuestras más hostiles y perversos
cánones morales. Ha muerto un ángel y
nadie dice nada. Samuel fue su nombre,
Samuel se llama aún, el/la de los hermosos vestidos y el equipo de canes que
acompañaban su camino en las vetustas calles del claroscuro Guápulo en Quito. No fue un hombre, no fue una mujer, fue un
ángel; de esos escasos seres de luz que abren estelas a su marcha, aquellos que
nos retan con su simple presencia, aquellos pocos libres en un mundo de
encadenados, en una sociedad esclava del sistema pero también de sus cerradas
ideas. No conocí a Samuel pero cualquiera
con un mínimo nivel de sensibilidad se enamoraría de su presencia, de su
energía desbordante, de los colores dibujados, de sus sueños pincelados, sus
sutiles pero audaces aspiraciones. No le
hacía daño a nadie, vivía en una mágica caja de fósforos sobre el filo de la
quebrada en algún rincón desconocido de la misteriosa ciudad capital:
reciclaba, salvaba perros, asistía al cine y participaba de la vida barrial. Su existencia afinaba notas de melodías
incomprendidas, el frío noviembre de Quito azotó su cuerpo inerte mientras su
cabeza de Alicia en el País de las Maravillas aun hasta hoy no aparece, lo
desmembraron físicamente pero lo inmortalizaron, el odio puede creer que mata
pero la sangre del asesinado siembra semillas de vida, semillas de luz. De sus
alas se desprenden plumas que fertilizarán raíces de ese futuro armónico y
pacífico, quizás lejano, quizás cercano. Amamos a Samuel como se aman las
lágrimas, lo amamos con la rabia circundante en las venas de la impotencia
momentánea y la perseverancia de después. Pocos seres cargan tanta ternura, pocos seres
dibujan arcoíris en su paso, pocos seres se mantienen vivos en el mundo de los
semimuertos, aquellos que se resisten a ver la vida de frente y se acostumbran
a la cotidianidad helada y estática de los viejos y caducos preceptos. Este artículo breve llega tarde, como casi
todo, Samuel, pero si en algún lado puedes vernos y escucharnos, allí donde se
dice ya hay paz, aspiro sepas que de tus líneas curvas y los dóciles colores
con los que rondaste el viento, serán retomados por quienes sin ser ángeles
lidiamos con los semivivos y pretendemos sembrar un jardín donde todas las
flores convivan por igual. Es imposible no enamorarnos de un ángel, hasta
siempre Samuel.
Aquiles
Hervas Parra
30 de noviembre
de 2017G