La idea clásica de la
dialéctica de fuerzas sociales en función de elementos de propiedad (clases) no
solo es insuficiente para la amplitud de la realidad sino que además es
incompleta para ofrecer la o las alternativas en un ciclo caótico del sistema
que genera más formas diversas de exclusión, explotación y marginación, el
mejor ejemplo de esto constituyen los grupos étnicos, masivos o no, que
receptan de una u otra manera la violencia sistemática delos sectores de
poder. Lo mismo sucede con las definiciones
clásicas del poder y el Estado, sus márgenes trascienden la cuestión fronteriza
y crea límites de tensión y/o armonía dentro de su seno “La relación entre la violencia y las funciones ordenadoras
del estado es clave para el problema de los márgenes” (Das & Poole, 2008),
aun fuese próximo a los centros administrativos desde los cuales opera
políticamente ese poder, llámese gobierno o clase (oligárquica para los casos
latinoamericanos) que vuelven a los gobiernos ventrílocuos de sus intereses, es
decir de los cuales organizan el poder. Más impertinente que ahora no puede
localizarse la definición weberiana del uso legítimo de la fuerza de parte del
Estado “Una organización política obligatoria con
operaciones continuas será llamada estado en tanto y en cuanto su aparato
administrativo mantenga para sí, con éxito, el monopolio del uso legítimo de la
fuerza en la aplicación del orden por él establecido”. Si lo queremos poner en los mismos términos
occidentales (Revisar Kant y Hegel), a pesar de que existen maravillosas
referencias nuestroamericanas (Revisar Sousa, Fanon, Martí) esta tensión
tradicional confronta las dimensiones de la ley universal administrada por el
Estado con las dimensiones de la ética diversa vivida y convivida en la
familia. Por ello la realidad étnica,
sobre todo típica en los territorios latinoamericanos representa una superación
de la discusión en el momento en el que de la noción europea de familia es
ampliada por las comunidades étnica, por tanto su tensión pone el escenario en
un ámbito mayor y de más importante contradicción con la hegemónica
monopolización del uso de la violencia de parte del Estado. Esa clave ética y política puede iluminar
posibles rutas de categorías sociales y propuestas programáticas para el mundo,
desde los territorios: “el potencial de oposición de
estratos subordinados: las fuerzas precapitalistas indígenas y campesinas, las
poblaciones «excedentes»” (Therborn, 2000), en tal virtud
no es aislado que las comunidades étnicas en el continente sean quienes hoy por
hoy reciban la violencia más drástica y criminal de parte de los gobierno de la
región.
Aquiles Hervas Parra
20 de diciembre de 2016.
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