Es sábado 11 de agosto de 2018, he mirado desde la ventana las techadas
contiguas y las multiformes curvas de las montañas sobre las cuales en varias
décadas se han sembrado barrios; un viento rabioso arremete los escasos árboles
aledaños a la vía principal. ¿Qué edad
tendrán esos árboles? Todas las preguntas sobre el pasado parecerían no tener
importancia en el Ecuador. Es sábado de
feriado, decidimos contrario a la costumbre, no salir de la ciudad en esta
ocasión, posiblemente la semana próxima incrementen el precio de la gasolina,
eliminen subsidios y entre en vigencia una ley de perdón de valores fiscales
por pagar a las clases “altas” de la nación.
Durante diez años un corrupto gobierno nos robó, otros diez años atrás
de ese, sucesivos gobiernos nos arrebataron la estabilidad; y, parecería ser
que nadie en la patria (o matria como prefiero llamarla) recuerda con claridad,
en las dos décadas y por supuesto más, desde el retorno a la democracia, los
episodios de ultraje a la población y eso que llamamos moral han sido similares
y repetidos. Ayer fue aniversario del 10 de agosto; más de dos siglos atrás en
algún hogar silencioso como el que ahora me habita, Manuela Cañizares con su
rostro indígena, contrario a la blanca que retrataría Antonio Andrade y que
consta en el Museo Nacional de Quito, arengaba indignada ante los próceres del
primer grito de la Independencia: “¡Cobardes! Hombres nacidos para la servidumbre
¿De qué tenéis miedo? No hay tiempo que perder”. Olvidar estas palabras es
olvidar nuestra dignidad. Repaso la narrativa
del ecuatoriano escritor ficticio Marcelo Chiriboga en el documental de Javier
Izquierdo “Un secreto en la caja” donde el nudo argumentativo se desarrolla a
través de la caótica situación de un país que se reúsa a conocer su memoria al
punto que puedes confundirlo fácilmente mediante la noción de la -línea
imaginaria-, el trabajo filmográfico termina con una escena en la cual afirma
que el Ecuador ya no existe. Un terruño que alguna vez se situó en medio de
otros dos, tuvo tres guerras en el siglo XX, se desgajó poblacionalmente a
finales del mismo siglo con un tercio de su población migrando, y, que inició
el siglo XXI creyéndole a un prepotente por más de cinco elecciones en la
papeleta. Ahora, en esa especie de
Alzheimer social que les conviene a los pomposos interlocutores del vasallaje,
arremeterán otra vez contra nuestra frágil memoria y la borrarán en el mediano
plazo para citar escuetamente solo lo que sucedió ayer o hace unas horas y
encajarnos otro descarado martillazo a la ética común. ¿Rememorarán estos árboles sencillos los
sacudones de vientos añejos o serán iguales a nosotros? una ciudadanía
escéptica que prefiere ignorar que asumir, obviar que confrontar, meter la
llave en la cerradura que avanzar por el claroscuro camino de postes
amarillentos que difícilmente marcan el destino pero que después del miedo
empujan hacia ese “algún lado”. Pareciese
que el Alzheimer es simulado y el olvido conveniente para no amargar el estatus
falsamente atribuido de hombres libres, Manuela si pudieses volver a nacer y
abofetearnos con esas ocho palabras que nadie puede dejar de escuchar en el letargo
silencio de las consciencias ¡Cobardes! El siglo XX fue propenso a la ausencia
de la memoria, el XXI deberá significarnos un reto como generación: unos
gritaron independencia, otros la deberíamos lograr, no hacerlo nos debe
recordar a Cañizares.
Aquiles Hervas Parra
11 de agosto de 2018