Así está la cosa en el país,
posiblemente así está la cosa en el mundo con mayores o menores diferencias. El
Contralor de la República hace pocos meses querelló penalmente a un grupo de ciudadanos
aduciendo que lo habían calumniado mientras ejercían su derecho a fiscalizar. Ni siquiera han transcurrido dos meses y hoy
el “ofendido sujeto” aparece en listas de corrupción del caso Odebrecht,
cuestión que nos hace presumir la obscura actuación que habría tenido en
cuantiosas e innumerables contrataciones públicas y actos durante su carrera
como funcionario. “Dime de qué te jactas
y te diré de qué careces” reza el dicho popular. Lo público y el control de la administración
estatal estuvieron por diez años en manos de alguien que hábilmente se ha
ensalzado de discursos morales mientras llevaba una agenda transaccional de
acuerdos y silencio cómplice con los poderes, político y económico
transnacional. ¿Qué lección podemos
obtener de esto? Por supuesto no puede ser la naturalización pesimista de la
corrupción, lo incorrecto y contrario a la ética no debe ser aceptado como
normal, eso dejemos a los escépticos y mustios para los que no existe esperanza.
Me parece más bien que la enseñanza va en
dos sentidos: primero, los corruptos caen tarde o temprano por más “grandes”,
poderosos y revestidos que parezcan, en nuestro país pareciera que siempre es
más tarde que temprano, al punto que muchas veces ya ni nos enteramos del ocaso
de los deshonestos, suele ser privado o desconocido el lodo suicida en el que
se embarraron y los justos tristes fines que cosechan cuando decidieron
entregar su vida al camino de la acción contraria a los principios. Carlos Pólit
es un buen ejemplo de esos grandes viejos lobos que al parecer jamás caerían,
diez años en el actual gobierno, más de otra década en gobiernos o funciones
anteriores, no sabemos desde cuando se desvió o si empezó chueco, pero de un
día para el otro hoy se desplomó y tal como se avizora no posibilidad de
restablecerse, se ha arruinado.
Corrupción en latin -corruptio- contiene tres términos: con (junto)
rumpere (hacer pedazos) y, tio (efecto), significa que hace y se hace pedazos,
perjudica a la sociedad pero se auto destruye en el acto. El corrupto es un suicida, inicialmente moral,
finalmente material. Su destino es
irreversiblemente el fracaso. El segundo
aprendizaje es el nuestro como población; si el corrupto es un fracasado debemos
mirarlo, exponerlo y referenciarlo como tal. Lamentablemente estamos subsumidos en la
falacia de que los corruptos triunfan, o son los que ganan. Han comprado decenas de casas, adquirido
millones de dólares o viven en condiciones de lujo envidiables. He ahí el
problema, si damos rienda suelta a la valoración material de la vida y la
acumulación, la envidia como manifestación simbólica de esa vida material, nos
colocará en posición de reflejo inconsciente de la corrupción. No podemos desear nada de lo que el corrupto
obtuvo porque los medios con los cuales lo alcanzó son los medios de la ruindad,
son suicidio moral, existencia rancia, contradicción implícita de la
felicidad. Y para revertir ello requerimos
hacer un movimiento (des)alienador: la desvalorización ideológica y real de la
vida material. El corrupto paga con su
muerte metafórica el precio por los bienes y recursos que adquiere, que además
exceden lo que se necesita y por lo tanto es un pago tonto, tontamente incurre en
el fin de sí y con ello arrastra a su familia, entorno y sociedad. Es elemental destruir el falso halo triunfal
que como neblina confusa, rodea a los corruptos. Indispensable se convierte la acción colectiva
por mostrarles a las niñas, niños y convencernos entre nosotros mismos, que los
corruptos además de ser despreciables no son el referente a seguir, son los
perdedores, son la ruina, son lo que no queremos ser.
Aquiles Hervas Parra
3 de junio de 2017